domingo, 21 de abril de 2019



El último turno del primer día de testimoniales fue para Virginia Croatto. La cineasta realizó una película sobre la Guardería de La Habana donde los niños/as de quienes partiparon de la Contraofensiva quedaron al cuidado de otros compañeros/as. Croatto dio un testimonio muy emotivo, en el que recordó a su padre, Armando Croatto, uno de los diputados del FREJULI que rompieron con Perón ante la profundización de la represión. Croatto participó luego de la Contraofensiva, en la que fue asesinado. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*)

Foto: Virginia Croatto en pleno testimonio. (Fabiana Montenegro)

Virginia Croatto será la última en dar testimonio en la intensa jornada del juicio oral y público que se prolongará por casi 8 horas. El cansancio sobrevuela la atmósfera y se hace notar cuando el juez Esteban Rodríguez Eggers interrumpe a la fiscal, que ya comenzó con el interrogatorio, porque se da cuenta de que olvidó de hacerle una de las preguntas de rigor:

—¿Jura o promete? Es la hora, pido perdón —dice, con su estilo descontracturado que nunca pierde seriedad.

El desliz es un momento que provoca risas entre el auditorio. Todos y todas allí necesitamos reírnos un poco.

—Estamos cansados, fue un día largo —dice Virginia. Yo estoy en condiciones, pero no sé…
—Nosotros también —responde el juez.

Virginia suele hablar con la velocidad de un rayo y sus palabras salen arremolinadas como un huracán. Quienes la conocen saben de esta particularidad. Por eso vuelven a reír cuando el juez se dirige a ella otra vez.

—Le voy a pedir si puede hablar un poquito más despacio... es para poder tomar apuntes —le solicita el presidente del tribunal.
—Es la historia de mi vida. Todo el mundo me pide siempre eso. —Virginia sonríe de nuevo.

Se controla. Sus palabras se atemperan, toman el cauce de un arroyo manso, aunque en algunos momentos vuelven a su normalidad, como si tuviera urgencia por decirlo todo; en otros, las palabras le salen titubeantes, entrecortadas, apenas un hilo de voz apretado por la angustia y el dolor que le provocan ciertos hechos, como por ejemplo, cuando la fiscal le pregunta cómo fue su vida a partir de la muerte del papá.

"En el sorteo de estas tragedias -dice Virginia- tuvimos un poco de suerte, porque mi mamá quedó viva. Yo tuve la suerte de poder reconstruir bastante de la historia personal y política de mi papá". Por primera vez sus palabras tiemblan. Es uno de los momentos más emotivos de esta segunda audiencia.
"Lo mataron, pero tengo el cuerpo, algún lugar donde ir a llorarlo, y no padecí la tortura de no saber qué pasó con tu viejo", dice. Así de trágica fue nuestra historia que la fortuna pudiera pasar por tener el cuerpo del ser querido, evitando la angustia de la búsqueda, del no saber.
Después, entre más lágrimas, va a contar que su hermano murió de cáncer a los 40 años. “Para él fue más duro todo esto, era más grande, tenía más noción de lo que estaba pasando”.
Cuando las víctimas hablan, todos los asistentes tragan saliva. Los imputados, incapaces de oír las atrocidades cometidas por ellos, están ausentes, porque fueron “dispensados” por el tribunal, y pudieron retirarse.

Levantar el nombre de Armando Croatto

Virginia tenía 3 años cuando asesinaron a su padre. Su relato es parte de una reconstrucción que ella inició en la adolescencia por una necesidad personal, de las investigaciones que realizó para su documental La Guardería (Ver completo al final de esta nota), donde aborda este período, y también de la búsqueda de información para la causa junto a otros familiares. “Trabajamos mucho para llegar a este momento”, dice.
Armando Daniel Croatto nació en 1945. Comenzó su militancia en la juventud de la Acción Católica de la Iglesia de Loreto, en Avellaneda, en un momento en que la Iglesia Católica tuvo un profundo cambio y compromiso en lo social, al menos en alguna de sus líneas internas. Trabajó en la Municipalidad de Avellaneda. Se afilió al Sindicato de trabajadores municipales y armó con otros militantes históricos, que hoy están desaparecidos, una lista opositora a la oficialista.
En 1972 hirieron a un militante y Armando Croatto lo llevó al hospital. Esto ocasionó la presencia de policías en la puerta de su casa.  El hostigamiento fue creciendo luego de renunciar a su cargo como diputado por el FREJULI junto a otros 7 diputados. Se habían ido después de una reunión con el mismísimo presidente Perón, luego de que se incrementara la represión y se endurecieran las penas del Código penal para combatir a la otrora juventud maravillosa. Era el momento en el que en el país comenzaba a actuar la Triple A.
A partir de entonces, Croatto se integró a la rama sindical de Montoneros. Viajó a Córdoba donde tenía la tarea de armar el partido Peronista Auténtico. En 1976, ya instalada la dictadura militar, otro hecho familiar, no ajeno al contexto político, golpeará a la familia Croatto. Laura Victoria Croatto, hermana de Virginia, que había nacido con síndrome de down, tuvo que ser internada por su estado crítico y falleció en diciembre de ese año.
Armando Croatto viajó al exterior para participar en la difusión de las violaciones a los derechos humanos en el país, primero a Europa y luego a México desde donde regresó en el marco de la Contraofensiva.

Por voluntad propia

“Quiero ser clara con esa postura –enfatiza Virginia- porque hay una discusión sobre la decisión de los compañeros, más allá de las valoraciones que se puedan hacer sobre esta operación: hay una decisión que toman conjuntamente los militantes en un encuentro en el año ‘78, donde se evalúa la posibilidad de entrar o no al país. Y mi papá toma la decisión de entrar”.
Luego agrega: “Quiero aclarar que mi papá era amigo personal de Juan Gelman y ellos también habían tomado la decisión de participar en la contraofensiva, la habían votado, y después deciden no hacerlo. Mi papá decide de entrar, a pesar de esta división interna”.
Como parte de la Contraofensiva, Croatto realizó funciones políticas junto con Adriana Lesgart, María Antonia Berger y Guillermo Amarilla.  No estaban a cargo de un grupo sino de restablecer relaciones con los sindicatos y organizaciones sociales de superficie.

Más que humanos

El 13 de septiembre de 1979, los militares secuestraron a una familia entera, una familia muy cercana a los Croatto. Se trataba de Regino Adolfo González, cuyo nombre de guerra era Gerardo, su mujer, María Consuelo Castaño Blanco, y sus tres hijas: Mariana, Eva y Judith. Regino también había vuelto en la Contraofensiva como parte del grupo TEA (Tropas Especiales de Agitación), estaba dispuesto a instalarse en Munro con su familia. Cuando los desaparecieron a ellos, en paralelo, desapareció Daniel Crosta, amigo de ellos. Ante estos hechos, Croatto tomó la decisión de denunciar las desapariciones. “Hay que hacer algo”, dijo.
Antes del crimen de Croatto hubo tres reuniones: dos de ellas, las del 15 y 16 de septiembre, resultaron infructuosas. Croatto fue a la cita, pero el compañero con quien tenía que encontrarse no fue (o no lo llevaron). Luego se enterarían, según el relato de Virginia, que el compañero con quien debía encontrarse, José María Luján Vich, el Pelado,  había sido detenido por el ejército, junto a su tía, su compañera y su hijita, y fue muy torturado en Campo de Mayo para sacarle información. El 17 de septiembre, “mi papá va a la tercera cita a la 1 de la tarde –cuenta Virginia- en el supermercado Canguro. Va solo. Y lo matan”.
“Con el tiempo nos enteramos de que cuando mi papá llega a la cita estaba Horacio Mendizábal en el lugar. Por los rangos dentro de la organización, ellos no tenían contacto directo: el contacto era el Pelado, el compañero que había sido secuestrado y torturado en Campo de Mayo”. Virginia subraya el modo que tenían los militares para conseguir información. “Para la dictadura era importante encontrar a Croatto pero más a Mendizábal que, por su jerarquía, era más requerido”.
Los detalles de esa cita se conocieron por el testimonio que, años después, dio el mozo del bar donde se encontraron los militantes montoneros: Horacio estaba en el bar y los servicios ya estaban trabajando ahí. Los mozos no eran mozos sino personal del ejército. Cuando Croatto llegó y lo vio a Horacio se dio cuenta que era una cita armada, intentó escapar, lo persiguieron y le pegaron un tiro. “O más de uno”, relata Virginia. “Según  Consuelo (Castaño Blanco) también llevaron al Pelado a la cita, pero eso no lo puedo asegurar. Por varios días mi mamá no tiene información de mi papá. Entonces ‘levanta la casa’, en términos de esa época. Su preocupación era que no los utilizaran como medio de tortura”, concluye.
Hubo varias denuncias de organizaciones gremiales nacionales e internacionales pidiendo por la vida de Croatto. Pero dos días después del asesinato, el ejército dio a conocer mediante una conferencia de prensa que “el primer cuerpo del Ejército e instituto militar había abatido a dos terroristas”. La noticia salió también en la revista Gente y el diario Clarín.
Virginia le acerca al Tribunal los recortes de los diarios donde aparece, además, que “la delincuente” María Castaño Blanco estaba detenida para que no alertara a Mendizábal y Croatto. Esta noticia motivó que la Embajada española, por tratarse de una ciudadana de esa nacionalidad, interviniera en el caso y exigiera el esclarecimiento del caso. El Buenos Aires Herald publicó la desaparición de las niñas, hijas de Castaño Blanco, y por eso el gobierno militar también tuvo que dar respuesta.
María Castaño Blanco estuvo secuestrada en Campo de Mayo. Escribió el libro Más que humanos donde relata su experiencia en el centro clandestino. Luego la legalizaron y estuvo presa en Devoto hasta 1983.
Con respecto al asesinato de Croatto, la fecha de defunción apareció fraguada, figuraba el 19 de septiembre. “Durante un tiempo pensamos que pudo haber llegado vivo, pero el testimonio de un conscripto cuenta que le dijeron que trajeron unos zurdos. Uno de ellos llegó agonizante al hospital, el otro estaba muerto”. Fue el abuelo paterno de Virginia quien fue a buscar el cuerpo a la morgue de Campo de mayo. Le permitieron velarlo unas horas en su casa de Avellaneda.

-¿Qué pasó con ustedes después de que tuvieron que levantar la casa? –pregunta Sosti.
-Mi mamá completa los pasaportes y vamos a Brasil y luego a España donde estuvimos dos meses. Finalmente mi mamá se hace cargo de la Guardería en Cuba, un lugar pensado para que los hijos de los militantes que volvían en la Contraofensiva quedaran a resguardo de lo que les pudiera suceder en el país.

Su madre, Susana Brardinelli, está casi pegada a sus espaldas, en la primera fila. La mamá de Brardinelli, de 92 años, preparó con esmero una rosas rojas tejidas a mano que buena parte de los asistentes tienen colocadas cerca de sus corazones.
Más adelante en su relato, Virginia declara que “Viola se hace cargo de haber dado la orden para asesinarlo, en esa época ya no se desaparecía gente. Y que no podía dar garantías de que Regino viviera”. Este dato consta en los  documentos desclasificados.

El viejo truco del enfrentamiento

“Hace muchos años se hizo una investigación en el Ministerio de defensa sobre los legajos de los militares, por un reclamo administrativo. Stigliano era un militar fallecido de muerte natural cuando sucedió esto. Allí se encontró un reclamo que él había realizado para que le paguen un plus salarial por heridas de guerra. Se refiere a dos episodios, uno del ‘76 y el otro el de mi papá y Mendizábal. Él decía que, estando a cargo del servicio de operaciones especiales, había sido lastimado en la mano por una esquirla de granada. Una actitud similar a la que tuvo (Adolfo) Scilingo cuando declaró que los jefes los mandaron a hacer actos anticonstitucionales y ahora los hacían responsables a ellos. Stigliano, además, dijo que si le pasaba algo iba a dejar la lista de desaparecidos y responsables en la escribanía. Pero cuando el juez Lijo mandó a allanar la escribanía, se encontró con una nota que su padre le dejaba al prefecto junto a un recorte de diario del operativo de la muerte de Croatto y Mendizábal. “Por los viejos buenos tiempos”, decía la nota.
Para Virginia, hay un modus operandi de los militares que se basa en la idea de fabricar un enfrentamiento para justificar su accionar frente a la CIDH. “Mi papá no estaba haciendo una operación; le montaron una emboscada para capturarlos. Los militares tratan de demostrar que solo responden a las agresiones de los Montoneros. La construcción del enemigo centrada en las organizaciones  armadas va más allá de la entrada puntual de resistencia a la dictadura durante la Contraofensiva, que sería como la madre de las ilegalidades. Se habla de que las organizaciones eran ilegales... El gobierno era ilegal”, afirma contundente.
“Lo que se buscaba era demostrar a la sociedad que había un peligro interno, que eran los ‘delincuentes terroristas’, en términos de la época. El objetivo era fabricar quién era el malo de la cuestión para inocular más miedo, para que quedaran más aislados los militantes, y se pueda luchar menos contra el proyecto de país que trataba de imponer la dictadura. Eso es parte de la campaña de inteligencia, tanto como secuestrar, torturar, diezmar a las organizaciones no solo armadas sino también sociales, para dar una lección  a la sociedad. No es solo la mano de obra sino que debían generar consenso para que, ideológicamente, lo que hacían le sea sostenible a la sociedad”.

El pie telefónico

—Una cuestión, para que entienda el tribunal: te referiste antes cuando contabas lo de tu padre a un pie telefónico, ¿podés contar qué era y cómo funcionaba en el caso de tu papá? —le pide el abogado querellante Pablo Llonto.
—Era un tema de seguridad para que no pudieran ser detectados. Una vez mi mamá me contó que caminaron como diez cuadras para buscar un teléfono fuera del radio donde vivían. A veces descomponían los teléfonos de alrededor para que el militante fuera solo a ese teléfono que funcionaba. Se usaba ese método para dejar mensajes para que otro militante lo recogiera.
—En el caso de tu papá, él llamaba a un pie telefónico y quién más llamaba para conectarse con tu papá —consulta Llonto.
—Entiendo que el único militante que tenía ese contacto telefónico era el Pelado (José María Luján Vich). O el ejército, que bajo tortura le haya sacado el número. Y que fuera el ejército el que armó el operativo.
—¿Y las citas de tu papá se concretan vía ese pie telefónico?
—Exacto.

Los abogados de los imputados no formulan preguntas. La sala se llena de aplausos, una caricia larga y sentida acompaña a Virginia hasta que se retira. Ha sido una larga jornada pero, aun así, todavía quedan abrazos fuertes para Croatto y también para Cabezas, que todavía está ahí aunque su turno haya pasado. Duele el cuerpo. Está todo puesto ahí, en la declaración de cada uno. En este juicio tardío pero seguramente reconfortante. Duele el cuerpo. Pero nada impide seguir adelante en la búsqueda implacable de Memoria, Verdad y Justicia. Aunque algunos dolores nunca se terminen de ir.

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com


3 comentarios:

  1. No tengo palabras. Solo puedo decir:gracias! Por Estar y compartir en comunidad. Poder Estar, seguir estando sigue siendo parte de aquella Contraofensiva, aún hoy, y a pesar de todo y tanto.

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  2. Fuerza compañeros,por la Memoria y la Judticia!!!!

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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