miércoles, 12 de febrero de 2020




La historia de Ángel Servando Benítez y de su sobrino Jorge Benítez, ambos desaparecidos, es una trama laberíntica dónde se cruzan datos, mitos, verdades y silencios que comienzan a romperse. A través del testimonio de Beatriz López, esposa de Ángel, y el de Oscar Benítez Valdez, hermano de Jorge, puede intentar reconstruirse parte de la historia familiar. Por segunda vez en el juicio, se escuchó la voz de una de las personas que permanecen desaparecidas. En este caso fue la voz de Jorgito, que tenía 16 años cuando lo desaparecieron. Llegó al juicio de la mano de Oscar, que nació después de su secuestro. (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 
💻 Edición 👉 Diana Zermoglio
💻 Colaboración  👉Braulio Domínguez
✏️ Ilustración  👉 Antonella di Vruno



ー¿Qué te pasa? —le preguntó Beatriz López a Ángel Servando Benítez, de quien se había separado hacía un año.
—Nada, nada —intentó evadirse Ángel.
—Dale, que te conozco —insistió ella.
—Que tengo miedo —le admitió.
—¿Miedo? ¿Pero qué pasa? —quiso saber Beatriz.
—No sabés lo que traje... —intentó explicarle, pero Beatriz lo interrumpió.
—No me digas nada. No me lo digas —le soltó ella casi tapándole la boca con su mano.
—Lo único que te pido —siguió Ángel— es esto: si no vuelvo en el día no te preocupes, pero si falto varios días, esto tiralo a la mierda —le avisó mientras le señalaba una caja y una valija que había traído de su viaje desde Brasil.

Era el 15 de marzo de 1980. Unos días después, una patota cayó en la casa de Sarandí donde había sucedido el diálogo. El Falcon casi se mete de trompa en la casa. Uno se quedó afuera y tres ingresaron sin pedir permiso.

—¿Dónde está tu cuñado? —le preguntaron al hermano de Beatriz que recién había regresado de trabajar.
—No sé, debe haber ido a trabajar —respondió.
—Dame la ruleta, ¿dónde está la ruleta? —le gritaron mientras lo golpeaban para ablandarlo.
—No sé —respondió asustado y aturdido por los golpes.
—¿Dónde está la ruleta? —insistieron, cada vez más golpes, al tiempo que revolvían todo.

No dejaron de preguntar hasta que encontraron la caja de madera, la tomaron y se fueron.
Cuando Beatriz habló con su hermano, quien le contó lo que había pasado, supo que, aunque apenas hubieran pasado horas del diálogo en el que Ángel le confió que tenía miedo, debía deshacerse del resto del equipaje que no habían encontrado. Antes, lo revisó. Era una suerte de neceser. Había una media docena de juegos de pasaportes de diferentes nacionalidades y cédulas de identidad, más 500 dólares. Salió a la calle y fue hasta el arroyo, que en la actualidad corre entubado por Sarandí desde Mitre hasta la autopista. Apretó la mirada contra el cielo y cuando bajó la cabeza, vio cómo los documentos ondulaban en el vaivén de la corriente leve. No eran simplemente papeles los que se iban. El agua se estaba llevando, también, buena parte de la esperanza de Beatriz.

***

La frialdad de la justicia vendrá bien hoy, mientras afuera el sol aplasta los cuerpos. Se retoman las audiencias del juicio y al comienzo parece que habrá menos gente; pero no, los asientos se completan de a poco, salvo las sillas que -ya todo el mundo sabe- van a ocupar los imputados que están en Buenos Aires. A través de las pantallas, se lo ve más claro que nunca antes a Luis Ángel Firpo, que se presenta al juicio en Mar del Plata. A Alberto Daniel Sotomayor se lo ve poco y de lejos desde Tucumán. Y ya no se lo verá más, sabremos unos días después, porque se convertirá en la tercera víctima del Impunevirus en lo que va del juicio. Primero Casuccio, luego Muñoz, ahora Sotomayor. De 9 imputados que comenzaron el juicio, quedan a esta altura sólo 6.
Como cada jornada, antes de que comiencen los testimonios, los abogados piden la “dispensa”, eufemismo que esconde el privilegio de evitarles oír, de boca de sus víctimas, todo lo que hicieron. Quedan eximidos de escuchar los testimonios, en general dramáticos, de quienes han sufrido el Terrorismo de Estado. Cuando se van, esas sillas también son ocupadas; lo que incomoda ahora ya no es el sol, es el aire acondicionado que congela a la altura del cuello.

Beatriz López saluda mientras camina por el pasillo que la conduce a la silla de quienes testimonian. Parece distendida. Ya se verá que no. Cuenta que se casaron en 1973. “Él ya trabajaba en su oficio de chapista. Yo también trabajaba, así que formamos un hogar”, recuerda con cariño y cierta nostalgia. Va y viene en el tiempo durante su relato sereno y algo desordenado. Salta a 1979, el año en el que Ángel se va del país hacia España, al encuentro de su hermano Oscar y su sobrino Jorge, que por entonces tenía 15 años. Cuando alcanza a nombrar a Jorgito, hace una pausa.

—No voy a hablar de él porque me voy a quebrar y no puedo.
—Sí puede —le dice el juez Esteban Rodríguez Eggers, que cabecea mirando a una de sus secretarias, quién rápidamente capta la señal y le acerca unos pañuelitos.
—No, gracias, no voy a llorar, me lo prometí —la frena Beatriz con tono amable, pero sigue —, fue el ser más luminoso que conocí en mi vida. Una criatura de luz. Un pibito extraordinario, que me parece que tenía más lucidez, conciencia y madurez que el padre y la madre. No quiero ofender a nadie y pido disculpas si lo que digo perturba a alguien. Jorge era lo más. Para mí fue el mejor de todos los Benítez. Le robaron la vida, le robaron la vida —repite—. Tenía mucha conexión con su tío, aunque Ángel también tenía mucha conexión con Dani, su otro sobrino.

Daniel está pegado a su silla en la primera fila. Intenta no llorar desconsoladamente, se le nota. La escucha con toda su atención. Puede imaginarse que una película llena de recuerdos se proyecta en su cabeza, rasurada en los costados.
Beatriz no puede precisar la fecha, pero sitúa la separación con Ángel en 1979. “Cuando ya todos estaban en España, nos quedamos solitos y eso nos obligó a enfrentarnos con nuestra situación de pareja. Nos preguntábamos qué nos pasó”, desliza. Al poco tiempo, asegura, Ángel decidió irse a España. “Supongo que pensó que con su hermano iba a poder charlar de la crisis por la que estaba pasando, tanto de pareja, como por lo que estaba pasando en el país”.

Beatriz López con una foto de su casamiento con Ángel Servando Benítez.
(Diego Guiñazú/El Diario del Juicio)

Encuentro en Río de Janeiro

"Para las fiestas de 1979 me dijo que quería volver. Que allá tampoco se encontraba. Que creía que nos debíamos una oportunidad". Entonces le propuso unas vacaciones. Mientras acaricia una foto del día en que se casaron ("la veo ahora y me quiero matar", suelta risueña). Acordaron las vacaciones para finales de febrero de 1980. Le mandó un poder para que pudiera sacar a la pequeña hija de ambos, María Sol, de 4 años, y el pasaje de avión. "Llegamos y nos fuimos al Hotel Copacabana Palace. Al piso 17. Y él vino luego al hotel. Estuvimos como una familia de vacaciones. Varios días de playa vino Jorge a estar con nosotros. Jorge era un niño. Antes de irse estaba estudiando en Misiones en una escuela de estudios agrícolas. Me dijo que quería volver". En su repaso de las vacaciones familiares, Beatriz narra que Ángel le contó que todo el tiempo que había estado sin llamarla había estado en El Líbano. ‘¿Pero me estás jodiendo?’ , le dije yo. Y me contó que habían realizado un entrenamiento. Ahí me dijo que quería volver".

—Pero es una locura —le dijo Beatriz.
—Vos no te preocupes. Está todo arreglado. No nos van a tocar —la tranquilizó Ángel.

Además de con Jorge, se encontraron en la playa con Ángel García Pérez, aunque Beatriz conocería su nombre tiempo después.
Luego de las vacaciones volvió en avión el 7 de marzo a Sarandí. A los pocos días, Ángel y Jorge volvieron por vía terrestre y separados. Fueron los últimos días que pasaron juntos. “Si hubiera sabido, con mucho egoísmo, me hubiera cortado las venas para que no volviera, para preservarlo”. El 15 volvió Jorge. Ángel llegó el 16. Lo vio por última vez en aquel diálogo del 19, ya con el miedo alumbrando el final.

La aparición de Conte

“A los tres o cuatro días no tuve más remedio que hablar con mi jefe, porque me parecía que por honor debía hacerlo. Le dije: ‘Haroldo, me está pasando esto’. Él sabía que Ángel había vuelto porque yo estaba exultante. Me acuerdo que se agarró la cabeza. Yo pensé que además me iba a quedar sin laburo, porque hubiese sido lo más lógico. Me dijo: 'Esperá un momento'. Volvió y me dio una tarjeta. 'Andá a verlo de mi parte a este señor'. Dentro de la locura, fue un regalo del cielo tenerlo a Augusto Conte Mac Donell como abogado patrocinante. Si no hubiese sido por Haroldo... Ellos eran compañeros de militancia en la Democracia Cristiana". Con la ayuda invalorable de Conte, no tardaron en presentar un hábeas corpus. Fue a la Nunciatura Apostólica. A la Embajada de Estados Unidos "siempre con la compañía de Augusto Conte", asegura. De aquellos días desesperantes, recuerda un diálogo con el abogado. "Es muy difícil poner en palabras la angustia. Yo siempre le decía a Augusto, como a un padre: 'Yo no termino de estar viva y él no termina de estar muerto, ¿cómo lidio con esto?. Es alienante. Es enfermante'”, se recuerda diciendo.

Nagasaki después de Hiroshima

Entre las puertas que golpeó, Beatriz fue recibida en el Edificio Libertador por el Coronel Fernando Ezequiel Verplaetsen. Él fue una de las cosas más difíciles por las que me tocó pasar. Este señor me recibió tres veces. Un lindo nene psicópata de inteligencia, de una crueldad importante. Me dijo que era el secretario privado de Galtieri, al que a veces escuchaba gritar desde la oficina de al lado. Cuando me recibía, grababa todas las conversaciones. Me dijo algunas cosas que considero importantes. Una de las cosas que me dijo era: 'Se lo digo como si fuera mi hija. Piense, usted es una persona valiosa, joven todavía, que tiene que criar a su hija. Estas citas no existieron, aunque sea ante el Papa. Yo no necesito ni pegarle, ni torturarla para saber lo que usted hace. Usted se levanta, toma mate debajo del limonero, luego se toma el colectivo y se baja'. Era tremendamente así. Vos decís, ¿cómo miércoles sabe eso?. Y me dijo: 'Mientras usted no se meta en política puede seguir buscando a su marido. Como si fuera mi hija, lo que usted dice que es su marido, ahora es otra persona. Yo tengo tres clases de enemigos: el que se maneja con el dinero; el que se maneja con sentimientos, porque si yo le pongo un revólver en la cabeza a su hija, usted va a hacer lo que yo quiero; y el tercero es el más fácil para mí, porque es él o yo, es un tiro en la cabeza para él o para mí'".

Beatriz tiene un vestido negro, que toma luz adelante con un bordado mejicano que le aporta color. Lleva el cabello corto, rubio y prolijo. Utiliza la metáfora de la segunda bomba nuclear para contar la próxima situación. "Había ido a ver a Augusto. No recuerdo bien qué estábamos haciendo ese día, cuando llegó desde Madrid una comunicación de la conducción en la que estaban las fotos y el listado de las personas desaparecidas. Ahí estaba la foto de Oscar, debajo decía Fermín. Y estaba la de Jorgito. También reconocí que a la otra persona que había visto en Brasil era a Ángel García Pérez. Ese día para mí fue la bomba de Nagasaki después de Hiroshima".

Casi llegando a las dos horas, y en el cierre, Beatriz toma la palabra para sentenciar: "Ojalá todos pudiéramos sanar. En la Argentina memoria vamos a tener siempre. Nos falta un poco de verdad. Y nos falta el perdón, que sería recontra sanador para todos, pero ellos no van a pedir perdón". Gira la cabeza y le habla a los defensores. "Cada cosa que usted me dice yo se las hago saber a mis defendidos aunque no estén", le dice el defensor oficial Lisandro Sevillano. Hernán Corigliano, defensor de Jorge Apa y con una extensa trayectoria al servicio de los genocidas, se cruza de brazos, desafiante. Beatriz se pone de pie cuando le anuncian que ha terminado su testimonio. Desde la primera fila, va a su búsqueda su hija Sol. Se abrazan, emocionadas ambas, y se aprestan a escuchar el testimonio de Oscar, el hermano de Jorgito.

Beatriz López junto a su hija María Sol Benítez.
(Daniel Cabezas/El Diario del Juicio)

Reconstruir tiene sentido

Oscar Benítez ingresa a la sala de audiencias apenas terminado el cuarto intermedio. Al calor del mediodía, mejor escaparle, así que quizá por primera vez en las 33 audiencias, un cuarto intermedio dura lo que se propone. No es fácil ingresar en el laberinto familiar de los y las Benítez. Oscar comienza por ahí: “Jorge era mi hermano, hijo de mi papá de su primer matrimonio con Nélida Rey. y Ángel Servando era mi tío, el hermano menor de mi papá”. Familia chaqueña, ubica la relación de Oscar padre con el peronismo a través de la Fundación Eva Perón: “así conoció el mar”, dice. En la primavera setentista ocupa un lugar en el INTA, ya en la localidad de Juan José Castelli, siempre en Chaco. “Ahí conoce el trabajo de las Ligas Agrarias que se estaba realizando en esa zona. Conoció a Quique Lovey”, que también fue testigo en este juicio.
Entre las cosas que su padre le fue contando de aquellos años, destaca una: “A él lo invitan a una charla al Rotary Club en ese momento. Después de esa charla, en la conversación con la gente, el presidente del Rotary Club le dice que la solución al problema de los aborígenes en la zona, que era un problema muy presente, era esterilizar a las mujeres. Y mi papá que era poco diplomático para algunas cosas, tiene ahí una discusión muy fuerte y se gana un par de enemistades”. Y otras más: el 24 de noviembre de 1975, le piden ayuda para unos compañeros que estaban escondidos en el monte. Mientras acude al llamado, allanan su casa. ”A partir de ese allanamiento le hacen una causa por tenencia de armas de guerra. Lo acusan y lo condenan por tenencia de una granada y de unos clavos miguelito, que siempre mi papá contaba que tuvo que preguntar qué eran los clavos miguelito, porque no tenía idea. Yo después, revolviendo algunos papeles para dar este testimonio, para reconstruir los hechos, encontré incluso un fallo del Poder Judicial del Chaco de mayo del ‘77 (mi papá estuvo hasta noviembre del ‘77 preso) en el que lo absuelven. Incluso dice el fallo que no se cumplieron los requisitos para comprobar realmente que ese allanamiento haya sido legítimo y que lo que se había encontrado era real y demás. Básicamente lo que dice el fallo, eufemísiticamente, es que le plantaron la granada y los clavos miguelito”, recupera. En octubre de ese año lo trasladan a Caseros, el paso previo a tomar la “opción” de salida del país.

Paso por España

A España llega con la idea de seguir siendo parte de Montoneros. “Sé que viaja sin un enganche claro, pero sí viaja para encontrarse con sus compañeros de Montoneros. Siempre contó que llegó al aeropuerto con un portafolio que le dio su familia que lo fue a despedir a Ezeiza, una despedida que siempre recordó muy emotivamente. Estaban comunicados ya, dejaron pasar a algunos familiares y le dieron algún portafolio que tenía unos pocos papeles, algo de dinero y una tarjeta de la Cruz Roja de Madrid. Él se dio cuenta. Llegado al aeropuerto tomó un taxi al centro, abrió su portafolios, y fue a la Cruz Roja. Y estuvo un pequeño tiempo ahí, hasta que lo van a buscar, digamos, y ya empieza la relación con los compañeros que estaban en España”.

La voz de Jorgito

Oscar tiene puesta una remera negra apretada contra el cuerpo. Lleva el pelo relativamente corto. También porta el sello distintivo de la familia Benítez: un par de ojos grandotes, custodiados por cejas frondosas. Cuando comienza a hablar de su hermano Jorge, desparecido cuando tenía 16 años, al que no llegó a conocer, los ojos se le humedecen. Dice que tiene un audio que quiere compartir. Estamos por oír la voz de Jorge, a través de un casete que le envió a su padre, que ya estaba en España (luego Jorgito se sumaría al grupo en el exilio) y que ahora está digitalizado en el teléfono de su hermano Oscar. Como ya ocurrió con Mónica Pinus, es la segunda voz de un desaparecido que truena en el juicio.


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“Por ahí a lo lejos todavía se está escuchando la radio, que está escuchando mamá. Ahora por fin las cosas están saliendo más o menos bien, estoy contento. Estoy contento con vos porque yo estoy orgulloso de tener un viejo como vos. Y por ejemplo, acá, en Misiones, mis compañeros inclusive, querían saber cómo andabas vos allá. Son todos macanudos. Pero yo estaba en trance nomás, yo estaba pensando. La escuela me gustaba sí, pero yo estuve pensando mucho tiempo en vos, en mamá, en El Dani. Y yo me di cuenta de que tenía que hacer algo, no sólo por mí, principalmente, porque si no no sos nada, también por ustedes. Porque allá uno, cuando está lejos, aprende a valorar bien a la familia, aprende a valorar todo. Y eso es bueno también. Muchos cuentos dicen que cuando uno se va de la escuela extraña. No sé si te habrá pasado a vos. Pero acá se tiene compañeros que por ahí son irreemplazables, porque son hermanos, todos somos hermanos. Y eso es lindo. Es muy lindo tener muchos hermanos. Inclusive de todas las razas. A mí a veces cuando discuto me suelen llamar ‘indio’, pero a otros cuando le dicen ‘indio’ es como un insulto. Pero a mí no. Yo siempre me pongo ancho y le digo ‘Indio ¿y qué? Orgulloso —le digo— de ser indio’. Algunos me llaman ‘Chaco’. Hay uno que me llama ‘Toba’ nomás. Me llama así porque al final ellos son dueños de esto, ¿no? ¿Qué nosotros le vamos a estar insultando? Y te estaba por decir que a mí me gustaría hacer algo para trabajar para Chaco. Todos me preguntan que para donde vamos a ir, cuando se reciban, y yo digo que voy a ir al Chaco. yo siempre lo quise al Chaco. No sé por qué, debe ser que dejé amigos allá. Y además estabas vos y estaba parte de mí en el Chaco. Estaba mi pueblo ahí, Castelli, el monte ese que era virgen, y había tanto para trabajar, para mejorar, para hacer valer a nuestra provincia”.

Oscar hace escuchar pero también lo escucha. Pone el parlante cerca del micrófono, pero también su oído. “Me interesaba reproducir esto porque habla de la personalidad que él tenía. Eso antes de tener un contacto con la militancia propiamente dicha, que sí iba a tener en España. Ya había algunas reflexiones y algunos valores, alguna perspectiva política incluso que yo creo que se ve en sus palabras y una manera también de cierta madurez. Tenía 15 años. Y me llama mucho la atención además de lo que dice sobre los pueblos originarios, esta cosa de hacer algo por el Chaco, habla de un trabajo, que es un trabajo político”, define. Cuenta que fue reconstruyendo algunas cosas en charlas con su padre, y otras con compañeros y compañeras. “Con Virginia Croatto, con Florencia Tajes, con Gustavo Molfino, con María Sol Benitez, mi prima, que también hizo un trabajo de investigación y reconstrucción, con mi prima Luz, que también hizo un trabajo importante de reconstrucción de los hechos... conversando con ellos he ido recuperando algunas cosas”.

Los jueces Rodríguez Eggers y Mancini observan el material que acercó Benítez. La jueza Morguese Martín sigue atenta a
su testimonio.
(Diego Guñazú/El Diario del Juicio)

Jorge formó parte de unos de los grupos que fue a realizar un entrenamiento a El Líbano.

—¿Supiste si compartió esos cursos con Ángel Servando? —pregunta la fiscal Gabriela Sosti.
—Entiendo que los hicieron juntos.
—Y cuándo toman la decisión de volver a Argentina, tenés idea de cómo se gestó, cómo se generó... ¿Pudiste reconstruir cómo venían, quiénes, por dónde?
—Sí. Quiero agregar una cuestión muy puntual. De esa época en España hay algunas fotos, de algunas tuve los originales, de otras no. Hay unas fotos que entiendo que eran de un casamiento, donde aparece el padre Adur y donde aparecen otros compañeros, las tengo acá. Aparecen Jorge, Ángel, Verónica Cabilla también, que entiendo que después conformó el grupo de 14/15 personas, con los que compartieron la venida al país. Y aparece el Pato Zucker, entiendo que es su casamiento. Y hay un bautismo (de La Pitoca, la hija de Marta Libenson). No conozco a todos los que aparecen en la foto, pero al Padre Adur, a Ángel, al Pato Zucker y a Verónica, sí.
—¿Tu papá supo en qué contexto de militancia entraba su hijo Jorge? ¿Hablaron? —consulta Sosti.
—Sí, claro, él sabía en qué contexto entraba. Sabía que estaba formando parte de la Contraofensiva.
—¿Pudo saber quién era el responsable?
—No sé si lo pudo saber. No me lo dijo. Sé que al final del ‘79 Nely (mamá de Jorge) pide verlo, sabiendo que iban a entrar al país. Y tienen un último encuentro a finales del ‘79 y es la última vez que ellos lo ven.

Oscar muestra una serie de fotos del bautismo de la hija de Marta Libenson.
(Diego Guiñazú/El Diario del Juicio)

Por documentos desclasificados, sabe que Jorge entró por Mendoza junto a Ángel García Pérez el 12 de marzo de 1980. Unos días después cae, y luego la secuencia de desaparición arrastra a Jorge. Los documentos refieren a Manuel (García Pérez) y a Raúl, que era el nombre de militancia de Jorgito. Cree que fueron llevados a Campo de Mayo. “A Jorge y Ángel nunca los vieron. Pero sí sé que gran parte de ese grupo terminó en Campo de Mayo y como sabemos que formaban parte del mismo grupo entendemos que pueden haber pasado por ahí también”, explica.

—Vos mencionaste que cuando se enteran del secuestro de Jorge levantan la casa en España. ¿Por qué? ¿España no era un lugar seguro? ¿Vos supiste, o te contó tu papá, si hubo situaciones de persecuciones? —quiere saber la fiscal.
—No, entiendo que era algo habitual porque Jorge y Ángel conocían la casa. Entiendo que era algo que se hacía, habitual.

Últimas palabras y abrazos

“Solamente resaltar la importancia de estos espacios, de estos juicios. Mi papá, como podrán entender, vivió el resto de su vida después de esto como una carga muy pesada sobre sus espaldas, por la muerte de su hijo y de su hermano. Como la carga de cualquier padre con la muerte de un hijo, pero para él no es fácil hablar sobre esto”, dice Oscar cuando le preguntan si quiere decir algo más; habla de su padre en presente. “En algún punto era un tema que siempre estuvo en mi casa. Yo me crié con esta historia. Por eso creo que hay algunas cosas que siempre tuve muy naturalizadas y también en su momento no me tomé el trabajo de hablarlo con mi papá y registrar. A mí me hubiera gustado registrar más. Pero yo estoy seguro de que un juicio como este, a él le hubiera ayudado muchísimo a encontrar los espacios para poder hablar. Y que hubiera sido muy sanador para él poder hablar. Y me parece que es muy importante. En mi familia generó conversaciones que no se habían tenido durante 40 años. Resalto la importancia de hablar sobre eso. Yo hasta que empezaron las audiencias propiamente dichas, siempre consideré que ese trabajo de reconstrucción y sanación y de reflexión era una cosa más del ámbito de lo privado, entiendo que en cada familia es diferente, pero en mi familia fue muy importante realmente este proceso. Pudimos reconstruir y tener algunas conversaciones que no hemos podido tener durante muchos años. Y por supuesto el trabajo de todos los familiares en la reconstrucción y en la contención también de los sobrevivientes y de sus hijos y demás, y de la posibilidad de generar un espacio para reflexionar sobre eso desde el amor realmente y con mucha contención”.

Oscar Benítez se abraza con su hermano Daniel.
(Virginia Croatto/El Diario del Juicio)

Lo aplauden. Se levanta con su carpeta celeste con fotos y documentos, y estalla de emoción con su hermano Daniel, con sus primas Sol Benítez y Luz Deñisoff. Con sus tías Olga Benítez y Beatriz López. La historia laberíntica de los Benítez no es tan diferente de otras. Por esos caminos de paredes altas pintadas de angustia se va colando este juicio, con toda su verdad reveladora. Es imposible dejar de pensar en quienes no están y soltar alguna lágrima, pero hay algo después de cada testimonio que transforma parte de esa angustia en sonrisas. Sólo queda volver a salir al sol, que sigue obstinado en su tarea calcinadora, aunque ya no molesta tanto que así sea. Será que el rompecabezas tiene otra pieza en su lugar.


*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

1 comentarios:

  1. Fue una jornada de dolor y también de compensación por escuchar la voz de mi hijo, por un ratito estuvo conmigo . GRACIAS Oscarcito .

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