Mudanzas, viajes, más viajes y más mudanzas atravesaron los primeros años de su vida. Y aunque era pequeño, y muchos recuerdos hoy se hacen borrosos, Facundo hurga con esfuerzo en su memoria para reconstruir su infancia de la mano de la militancia de su mamá Norma Valentinuzzi y de su papá Horacio “Nariz” Maggio. Canciones de María Elena Walsh, un avión de juguete, una carta que daba la noticia de la muerte de su padre y un zapato, aparecen en su relato como instantáneas que nunca olvidará. (Por Martina Noailles y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)
Foto de tapa: Maggio escucha las preguntas de la fiscal (Luis Angió)
“Mi madre Norma Beatriz Valentinuzzi se casa con mi padre, Horacio Domingo Maggio, quien también está desaparecido. En el año ‘71 ella comienza a tener la experiencia de la militancia. Papá en el gremio de La Bancaria. Los dos ya venían militando en la Juventud Peronista y luego ingresan a Montoneros”. Facundo Maggio comienza su relato con un orden temporal. Recuerda que su mamá, antes de dedicarse a la actividad militante, fue profesora de expresión corporal y bailarina. Que él nace en 1972 y dos años después, su hermana María. Que por entonces, los cuatro vivían en la ciudad de Santa Fe, en el barrio Siete Jefes. Y ahí, rápidamente, aparece en su memoria y en su relato, la primera mudanza: “A raíz del hostigamiento y el allanamiento a nuestras viviendas por la vida misma, la dinámica del accionar de la militancia, nos vamos a vivir a la ciudad de Rosario. Estimo que eso ocurre en el año ‘75, no tengo bien presente la fecha”, se justifica como si debiera recordar fechas y sitios exactos sin siquiera haber cumplido tres años de vida.
“Ahí compartimos la vivienda también con otros compañeros, pares militantes. Llegamos a tener cercanía también con uno de mis tíos, Roque Maggio. Brevemente. Él también militaba. Y a Roque lo matan, al poco tiempo, también en un enfrentamiento en la cercanías de la ciudad de Rosario”. En sus recuerdos, con las mudanzas también comienzan a aparecer las pérdidas. “También mi tía, la esposa de Roque, Adriana Espers, estudiante de psicología de la ciudad de Córdoba, es asesinada en un enfrentamiento en la ciudad de Córdoba”.
Facundo está vestido con una elegante camisa a cuadros donde se impone el bordó. La imagen de su madre le cuelga del cuello. Ha esperado los testimonios de Montoto Raverta y Canteloro en una sala externa, un cuartito pequeño que parece más un calabozo que una sala de espera para testigos. De hecho no se aguanta. Sale al sol. Se cruza con Nora Cortiñas, que se está yendo y lo estimula a tranquilizarse para dar un buen testimonio.
Ahora cuenta que ya en Buenos Aires recalaron en una casa en Tres de Febrero, en Caseros para mayor precisión: “En la calle Bonifacini 5045 estamos un tiempo. Voy al jardín de infantes, tengo una vida de barrio como cualquier niño, haciendo lazos permanentes. Ellos también lo hacen con la gente del barrio. Compartimos mateadas y juegos con la gente de ahí”. Pero su vida delimitada por las muertes familiares pone un cerco aterrador con el secuestro de su padre Horacio El Nariz Maggio. “En el año ‘78 a mi padre lo secuestraron en la vía pública en la cercanía de Plaza Flores y es llevado al centro clandestino de la ESMA. A partir de ahí, mi madre decide que nos exiliemos. En un primer tramo estamos unos meses en Brasil, en el sur, con otros compañeros, junto a mi hermana. Luego, el exilio es más duradero y lejano. Perú, Ecuador, México, Cuba y España en un lapso de más o menos un año, en total. Mi hermana María, mi madre y yo. Estando en México, vivimos en muchos lugares”, rememora, mientras se tira contra el respaldo de la silla esperando más preguntas.
Facuando Maggio escucha las preguntas de los defensores de los acusados de desaparecer a su madre (Foto: Gustavo Molfino) |
En la guardería
Facundo es otro de los niños que pasaron por la guardería de La Habana. Es el tercero que deja su testimonio. “En Cuba estuvimos en una guardería, compartiendo esa estadía con hijos de militantes Montoneros. Virginia Croatto es una de ellas”, dice. Ella lo observa con atención. Es una de las que no se pierde un minuto de audiencia. “Y es ahí cuando empezamos a recibir cassettes con grabaciones que mi madre nos mandaba con la voz de ella con saludos y relatos, cuentos, canciones, de María Elena Walsh y todo el universo infantil. Es la manera en que nosotros escuchamos su voz, en unas cintas”, recupera. Así como Ana María Montoto Raverta leyó una carta de su madre, apenas un rato antes; Facundo Maggio se emociona cuando recuerda esas grabaciones.
Paréntesis de terror
Facundo habla lento. Hace pausas extensas. Sobre todo cuando está por contar algo que lo incomoda demasiado. “Antes quería hacer un paréntesis de un hecho muy perturbador y de mucha conmoción para nosotros que es que cuando estamos en México. Mamá nos cuenta que a papá lo matan, en otros términos... con una carta que manda mi abuela desde acá en Argentina, mi abuela materna... solo que luego nos enteramos que en realidad la carta la escribió ella. Suponemos para evitar... fue la manera más amorosa que encontró para comunicarlo”.
Horacio Maggio fue asesinado el 4 de octubre de 1978 por un grupo de tareas. Su cuerpo fue exhibido como un trofeo ante las y los secuestrados de la ESMA. Era la segunda vez que lo secuestraban y los genocidas estaban furiosos: El Nariz se les había escapado meses antes mientras estaba detenido desaparecido y, afuera, había difundido una carta en la que describía con detalles el funcionamiento del centro clandestino, las mecánicas de desaparición, los vuelos de la muerte, identificó a detenidos y represores, y hasta dibujó planos del centro clandestino.
—Sin importar que la información puede haber sido cierta o falsa, ¿alguna vez llegó a tus oídos algún comentario acerca de que tu papá pudo haber intentado escapar de la ESMA —le pregunta el defensor oficial Lisandro Sevillano.
—¿Si pudo? ¡Se escapó! —Facundo responde con orgullo.
En 1979, en el exilio, Norma decidió sumarse a la Contraofensiva y regresar a la Argentina. A la misma casa de Caseros donde habían vivido años antes. “Tenía un patio, un limonero, una terracita, dos habitaciones, un baño y una especie de taller donde mi padre tenía herramientas como una ferretería”, retoma Facundo iluminando nuevamente otro rincón del laberinto de la memoria.
Y bajo esa luz, la oscuridad regresa: “Estando acá de vuelta yo ingreso a esa altura del año a primer grado en el colegio José Ingenieros. Hay un par de actos infantiles que mamá contribuye como artista a armar mi atuendo —dice Facundo, en su reencuentro con los detalles—. Se había estrenado esta película de ciencia ficción de Spielberg, Encuentro cercano del tercer tipo o algo así. Transcurren los días y una mañana me levanta mi abuela materna, que aparece ahí de sorpresa, de imprevisto, no me imaginaba yo porque ella vivía en Santa Fe, a muchos kilómetros. Nos levanta, estábamos durmiendo en la cama matrimonial y empezamos a armar bolsos. En este momento no me acuerdo qué es lo que me comunica mi abuela. Y lo sé muchos años después: mi madre le avisa que se quede con nosotros porque vio autos de la patota afuera. Le dice que si en diez minutos no volvía saque a los chicos y se vaya. Entonces sale y no vuelve más”. Facundo hace una pausa. Está parado en el 11 de septiembre de 1979. Tan sólo un mes antes estaba en Madrid volando el avión de juguete que su mamá le llevó de regalo para su cumpleaños número 7. Y continúa: “Entonces armamos todo y luego el recuerdo inmediato que tengo es estar viajando en la empresa internacional de colectivo, adelante, de noche, con mi abuela paterna”.
Su memoria ahora se mezcla con la historia que pudo reconstruir: “En base a testimonios y a compartir después relatos con gente del barrio, por visitas que hemos hecho con mi hermana, muchísimos años después, supimos que a 100 metros fue llevada por la fuerza. Y que ella a los gritos, daba testimonio de su identidad con su nombre, su dni, quién era... y que queda un zapato en la vía pública, un mocasín de ella. Zapato que muchos años después, mi abuela, que lo había guardado en Santa Fe, decide quemar una noche, porque no le estaba haciendo bien”.
—¿Qué pasó con vos y tu hermana? ¿Cómo fue la vida de ustedes dos a partir de eso? —pregunta la fiscal como volviendo al presente.
—Una incógnita que persiste. Un dolor que persiste. Más allá de que el tiempo avanza y podemos reconstruir y sabemos que no estamos solos, ha sido una experiencia de soledad. Una vida de mucho vacío por un lado, en relación a ellos dos. Pero con un amor inmenso de parte de mis abuelas, de mis tíos, de mis tías que fue lo único que hizo que estemos acá.
Desde el estrado del tribunal le preguntan si quiere agregar algo más. Y Facundo quiere. “Han sido y son años durísimos, con algunos matices donde uno hace cosas para olvidarse y para cubrir y para entender qué pasó. Yo ahora veo la posibilidad de que se haga justicia y llegar a la verdad. Y eso a mi me daría mucha tranquilidad, saber y conocer qué hicieron con mi vieja, con mi mamá, y dónde está el cuerpo de ella”.
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com
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