Solana Guangiroli y Lía Martínez dieron testimonio por Mariana Guangiroli. La madre y la hermana de la militante, reconstruyeron sus padecimientos. Una vez más, las cartas de quienes están desaparecidos/as ocuparon un rol importante. El derrotero de una familia rota por el genocidio, que soportó las dificultades que implicó la superviviencia en el país, después de la desaparición de un familiar. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)
Foto de portada: Mariana Guangiroli con su hermana Solana.
Colaboración especial: Valentina Maccarone y Diana Zermoglio
Fotos: Gustavo Molfino
Ilustración: Antonella di Vruno
De jeans celeste, y campera de nylon que se sacará rápidamente, lleva una foto colgando del pecho. Desde el color de los ‘70, Mariana Guangiroli sonríe con frescura mientras abraza a su pequeña Victoria.
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La mamá de Mariana repasó todos los padecimientos familiares antes y después de su secuestro. (Antonella di Vruno) |
Por debajo de su campera de lana blanca asoma el frío de la pérdida. Pasaron poco más de 40 años desde el secuestro y la desaparición de su hija Mariana, ocurrido en febrero de 1980, durante una secuencia que culminó con las vidas de 18 militantes montoneros que se habían sumado a la Contraofensiva. Emma Lía Martínez tiene el pelo largo y revuelto como aquellos años. Unos anteojos grandotes, rojos, que potencian su rostro. El testimonio de Solana abrió paso a la historia de Mariana, pero ahora es la madre de ambas la que reconstruye. “Mi hija Mariana comenzó a militar cuando estaba en el colegio secundario, en el centro de estudiantes. Muy chica, porque tenía 14 años cuando comenzó con esta tarea. De alguna manera a la familia siempre la mantuvo al margen, no quería hablar de lo que estaba haciendo. Se casó muy joven, a los 16 años”, cuenta en el arranque. El primer amor de Mariana fue “Pájaro”, Raúl Del Monte, secuestrado en diciembre de 1976. Tuvieron una hija, Victoria, que para la Contraofensiva se quedaría en la Guardería de La Habana. “Hablábamos de cualquier cosa menos de la militancia -sigue la madre-. Ella decía que era para cuidar a su familia. Yo soy psicóloga y trabajaba en la Facultad de Humanidades. En el año ‘75 trabajaba tiempo completo, estaba en tres cátedras como docente y en el Departamento de Orientación Vocacional. Me fueron cercenando los cargos. El papá de Mariana, del cual yo me había divorciado, era decano de la facultad y también militaba. De alguna manera, en el año ‘76 yo quedé afuera de la universidad”. El panorama laboral, la desaparición de Del Monte y el consecuente pedido de Mariana para que abandonaran Mar del Plata, empujó a Lía hacia Mendoza con sus hijos e hijas. “(Mariana) me cita en un café y me pide por favor que me vaya, que no podíamos estar más en Mar del Plata porque corríamos serio peligro. En ese momento yo estaba en pareja, estaba sin trabajo y me era totalmente imposible pensar de irme a algún lado, ¿adónde iba a ir? El único lugar donde entramos fue en la casa de mi vieja, en Mendoza. De un día para otro, con lo puesto, yo partí con mis tres hijos más chicos, de 13, 5 y 2 años. Me fui en micro con ellos, y mis dos hijos de 15 años (mellizos) viajaron por separado: uno en tren y otro en micro. O sea, tuvimos que salir todos desparramados porque corríamos serio peligro. En Mar del Plata se queda mi pareja de ese momento, el papá de mi hijo más chico, preparando la mudanza. Nos fuimos un viernes, el sábado allanaron la casa donde vivíamos. Mi marido les dijo que él era de la mudanza, que no conocía a la familia, que sabía solamente que tenía que ir a Mendoza a llevar las cosas para esta familia. Le pidieron la dirección de adónde íbamos a ir a vivir. Llegamos el día sábado a Mendoza. Ese mismo dia, por la noche, un amigo de mi hermano, quien también vivía en Mendoza y trabajaba en la Policía Federal, llamó a mi hermana para decirle: ‘la casa de tu vieja está vigilada, llegó la orden de Buenos Aires porque es una casa donde posiblemente vivan terroristas’. Así vivimos desde el ‘76 hasta el ‘79, con vigilancia”.
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Solana tiene marcados en la piel los cuidados y temores aprendidos en la difícil tarea de la supervivencia. “Después de eso recuerdo que debíamos tener mucho cuidado porque teníamos un auto que nos vigilaba en Mendoza. Vivíamos en la calle Besares, en Chacras de Coria. Había un auto que estaba estacionado en una esquina y desde allí nos miraban. Mi mamá decía: ‘Ese señor nos está vigilando, nos está controlando’. Nos decía a mí y a mi hermano mayor, Matías, que tuviéramos cuidado si estaba el auto. Yo tenía conciencia de que había un auto ahí, que nos estaba vigilando y que teníamos que tener cuidado. Tenía también las cuestiones que teníamos todos los niños de nuestra época, por lo menos los de mi entorno: no se podía mencionar a mi hermana. No podíamos decir que tenía una hermana que militaba. Era una cuestión interesante, uno empieza a aprender, cuando es chico, palabras que no debería aprender: la palabra desaparecido, montonero, subversivo, las escuchábamos en la tele todo el tiempo. También aprendimos la palabra chupado, cuando decíamos que se chupaban a alguien, a algún compañero, sabíamos que lo habían secuestrado. Más tarde también comenzamos a usar las palabras habeas corpus”. Eso era demasiado para una niña que rondaba los 7 años. “Fue en el '78. Ella vino a Mendoza cuando mi mamá estaba embarazada de mi hermano más chico, Santi. Vino a visitarnos un día con mi sobrina. En esa oportunidad que vino a Mendoza se quedó sólo un día, me acuerdo de verla a Victoria, que tenía 2 años. Recuerdo no haberla visto mucho a mi hermana porque se encerró a charlar con mi mamá. Y luego se fue”. Sin saberlo, fue la última vez que Solana y su mamá vieron a Mariana. “En el ‘78, un día cualquiera, un sábado, llama por teléfono y me dice: ‘Estoy en Mendoza’. Arriesgándose, entró a Mendoza con su hijita Victoria, que tenía 2 años, para visitarnos. Mi pareja la fue a buscar a la estación. Previamente me llama para ver si estaban vigilándonos y en ese momento no estaban, así que entraron sin problemas. Ella estuvo todo ese día, toda la noche hablando, y al día siguiente se fue. Yo supongo, porque ella me lo dijo, que su idea era dejar a Victoria en casa, que ella sabía que era conveniente para la nena que se criara con sus hermanos. Esto fue el 3 de febrero del ‘78. Yo estaba a punto de parir, mi hijo nació el 9 de febrero, y me dijo que a pesar de que ella sabía que tenía que dejarla, no la podía dejar. Le costaba mucho separarse. Así que al día siguiente mi marido la acompañó hasta la terminal y se volvió en colectivo. Cruzó la cordillera, y desde Santiago de Chile viajó en avión a México, de ahí se estaba por ir a España. Esa fue la última vez que la vi”, precisa.
Las cartas
Como ya es costumbre a lo largo de este juicio, las cartas que los y las militantes de la Contraofensiva enviaron a sus familiares son un testimonio en sí mismo. Es como si cada palabra escrita torciera la imposibilidad material de que sean ellos y ellas quienes cuenten la historia en este debate judicial. Sin embargo, el miedo también se impuso allí. Lía cumplió una orden de su hija Mariana, a la que desobedeció recién al final. “Yo recibía sus cartas. Tenía la orden de ella de leerlas y quemarlas. Esto fue así hasta la última carta, que es la única que yo no sé por qué razón guardé, que me la mandó en el mes de diciembre del ‘79, enero del ‘80, no recuerdo porque las cartas venían sin fecha”.
Una vez más, el momento más emotivo de la jornada es cuando aparece la lectura de una de esas cartas. Solana lee una carta, que cree es la última que su hermana le envió a papá Hugo a Brasil. Allí daba cuenta de que estaba enamorada de Julio César Genoud (que caería luego con ella). Y se refiere a la militancia como trabajo, seguramente para alivianar el tono del texto por si cayera en manos equivocadas.
“Ahora empezamos ya de lleno a trabajar, viejo, todo es distinto, trabajar juntos, charlar juntos los pasos a dar en nuestro trabajo cotidiano, los problemas, las esperanzas… todo tiene otro color. Tengo mucha fe en el futuro. Todo está avanzando y nuestra relación comienza en un momento de avance del pueblo y de la empresa. Dentro de eso, un momento de avance individual nuestro, de crecimiento y eso multiplicado siendo pareja, las expectativas por el futuro son todas alentadoras. Tengo adentro una felicidad desconocida, creo que sólo podría ser superada por nuestro triunfo. Soy feliz y las fuerzas para avanzar se han multiplicado. Creo que nuestra pareja tiene todas las condiciones para desarrollarse y tengo toda la confianza puesta en eso. (...) La etapa que se abre va a ser dura y su resolución no va a ser corta. Tenemos todo como para ganar y va a depender de la certeza de los pasos que vayamos dando. La responsabilidad en esta etapa es enorme. De esto depende que nuestro país se transforme en agroexportador con la desaparición de la industria y la clase obrera, o que el pueblo tome el poder. No hay alternativa intermedia. Y esto es para que no pienses que todo el entusiasmo que tengo sobre el futuro es exitista o irreal. El optimismo es porque en el año ‘79, en lo fundamental, nos movimos correctamente. Y todos los errores que cometimos, nos sirvieron para que ahora podamos ver con más claridad la realidad y actuar en consecuencia. Querido papá, se me hace tarde. Con todo el amor, tu hija”.
Solana lee el texto de su hermana como puede, pero su voz entrecortada alcanza a cumplir la difícil tarea de poner su voz en este juicio. También le dejó al tribunal, aunque en ese caso no la leyó, la carta en la que Montoneros le comunicó a Hugo Guangiroli que creían que Mariana había caído. En ese intercambio, combinaron para que Victoria se encontrara con su abuelo. Para la organización era inseguro que se fueran a Brasil, donde ya habían sucedido otras caídas, asumiendo la estadía allí como insegura. Finalmente, después del intercambio de cartas, Victoria se crió en ese país con su abuelo Hugo. En una entrevista de 2012 con el programa radial Oral Y Público de Radio La Retaguardia, Hugo Guangiroli se extendió más sobre el reencuentro con Victoria.
Lía se enteró del secuestro de su hija también tras la comunicación de Montoneros con Hugo. “Yo no me entero más nada hasta que el papá de mi hija, o sea mi ex marido, que vivía en Brasil porque se había refugiado, me llama y me dice: ‘Mariana fue secuestrada’... en agosto del ‘80. El único dato que me da es ese, que la habían secuestrado, que no se sabía nada de ella. Es ahí donde nosotros decidimos volver, ya no a Mar del Plata donde no teníamos ni trabajo ni casa, pero sí fuimos a Miramar donde vivían los padres de mi pareja de ese momento”.
Sobrevivir a la noche larga
Lía se mantiene firme durante el testimonio. Todo la lleva al dolor y a la resistencia a ese dolor. Recuerda haber presentado un habeas corpus. Pero subraya las complicaciones de la vida cotidiana. La convivencia con ese ardor irreparable. “Fue muy complicado todo para nosotros, muy complicado. La familia tenía un ritmo muy extraño. Los chicos no jugaban, hacían su vida de colegio pero era una situación muy fea. Mi hija me había pedido por favor que los chicos no nombraran que tenían una hermana mayor. Uno de mis hijos, que tenía cinco años, dibujó a su familia y la dibujó a la hermana, a la que prácticamente no conocía, pero sí se hablaba mucho de ella. La dibujó grandota. Cuando veo el dibujo, le pido por favor que no dibuje a su hermana, que no teníamos que decir que teníamos una hermana mayor. Mi hijo tiene 45 años, hoy nos traía en el auto, y cuando yo contaba este episodio, él me dice: ‘Con razón, yo siempre que me preguntan digo que somos 6 hermanos".
En su cierre, Solana había hecho referencia a los mismos padecimientos. “Quiero agregar que a nosotros nos tocó vivir situaciones horribles: aprender a mudarse, a callar, a negar a mi hermana, y eso es todo también responsabilidad del Estado, y quiero que se haga justicia, porque marcó a una generación, no sólo a los 30 mil, sino a las familias y a su entorno. Todos sufrimos mucho, quiero que se haga justicia, por los 30 mil y por todos”.
Cuando Solana culminó su testimonio, aún angustiada, solicitó al tribunal poder quedarse para presenciar el de su madre. Cuando Lía terminó, ambas se abrazaron con la fuerza de quien necesita sostenerse en el otro. Entre las dos, apretada fuerte, la foto de Mariana sonriendo junto a Victoria. Estaban, allí, en ese lugar tan frío que es la justicia, dándose, las cuatro, el abrazo que se debían.
Solana y Lía, hija y madre, se abrazan al finalizar sus testimonios. (Gustavo Molfino/DDJ) |
Impecable relato!
ResponderEliminarEsta última foto, en la que llorando se abrazan Solana y Lía, después del testimonio brindado por esta última, es de un fuerte simbolismo. En un primer plano el drama provocado por la dictadura genocida cívico militar. Detrás de ellas, a la distancia y pequeña, se ve a la justicia observando impávida. El Juez Mancini, de sobria actuación hasta ahora, representa al Poder Judicial que desde lejos en el tiempo, intenta hoy saber qué ocurrió y hacer justicia.
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