jueves, 16 de julio de 2020




Liliana Lanari dio un extenso testimonio en el que narró no sólo su militancia y la de sus compañeros y compañeras, sino que aportó su mirada de sobreviviente. "Ni me tocaron un dedo... es muy rara esa sensación", expresó. Su historia es una pieza más en un rompecabezas que sigue completando su forma. (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Texto 👉 Martina Noailles

💻 Edición  👉 Fernando Tebele/

📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

📷 Foto de Portada 👉  Liliana Lanari durante su testimonio (Gustavo Molfino/El Diario del Juicio)


“Me pregunto por qué quedé viva. Nunca caí presa, nunca me torturaron, ni me tocaron un dedo… es muy rara la sensación, quedé como en un limbo, como si hubiera estado en casa viendo la televisión por 10 años”. La angustia de Liliana Lanari traspasa la pantalla. Quedan pocos minutos para que termine de dar testimonio, casi tres horas de minuciosa memoria, de detalles que a cualquiera se le hubieran olvidado 40 años después. Acaba de relatar fechas y horarios, viajes y distancias, secuestros y desapariciones. Acaba de resumir frente a un tribunal, que la observa desde la virtualidad, su larga y arraigada militancia en Córdoba, la misma ciudad desde donde, este mediodía de pandemia, se le caen las primeras lágrimas. El azar y la culpa se entremezclan en sus ojos grandes que sólo se entornan cuando se esfuerza en busca de un dato puntual, exacto, perdido en la maraña de un recuerdo. Liliana sobrevivió al Terrorismo de Estado y ahora, lejos de cualquier limbo, está frente a la camarita de su computadora dando testimonio.
“Primero voy a poner en contexto, porque a mí me hace bien y porque esto no nace de nada”, marca apenas la fiscal Gabriela Sosti le da la palabra. Y en ese contexto, Liliana señala el inicio de su propia historia de militancia. Fue en 1972, en la CTERA de aquella época, “en una pelea para que nos igualen el sueldo de maestra con el turno mañana. Una pelea corta, que no logramos nada. Estaba el compañero Requena, que ahora está desaparecido”. Van veinte segundos y la primera ausencia se hace presente. Eduardo Requena fue secuestrado en Córdoba en julio de 1976 y es uno de los 600 docentes desaparecidos durante la última dictadura cívico militar.
“Después, ya en 1974, entro a militar en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) con Héctor Lauge, que también está desaparecido, en el barrio de Alto Alberdi. Yo entré a trabajar como alfabetizadora de adultos en la Campaña CREAR, además de militar en el barrio. Un día, en una barricada que fue en apoyo de una huelga de la UOM en Córdoba, el 2 de septiembre de 1974, yo me quemo una pierna, bastante gravemente”. El accidente no sólo la llevó a una sala de terapia intensiva, sino que también la enfrentó por primera vez al terror: “Antes de entrar a terapia se me acerca una persona de civil, me dice que es de inteligencia y que quedaba incomunicada. Estuve así incomunicada, custodiada, maltratada, no pudiendo ver a nadie por 9 días. De ahí me llevan a la D2, me dicen que cuente todo. Yo sostuve que era maestra y que había cruzado la calle”. La liberaron.
La implementación de la represión ilegal en Córdoba ya había comenzado. En febrero de ese 1974, un golpe policial había derrocado al gobierno constitucional de la provincia. El “Navarrazo” estuvo a cargo del jefe de policía, el Coronel Antonio Domingo Navarro. En septiembre se produce la intervención de la provincia, con el Brigadier Raúl Lacabanne a la cabeza; la Policía queda a cargo de Héctor García Rey, quien venía de dirigir la policía de Tucumán, donde había sido denunciado por torturas.
Una vez recuperada de la quemadura, Liliana regresa a su trabajo en la Secretaría de la Gobernación de Córdoba: “La intervención, con su Comando Libertadores (una suerte de Triple A cordobesa), se paseaba con sus armas. Era difícil ser delegada. Un jefe me dijo que yo corría mucho riesgo. Entonces pedí el pase”.
Apenas una semana después del golpe de Estado de 1976, miembros del Ejército entran a la casa de su familia: “El 2 de abril vienen a la casa de mi madre, a las tres y media de la mañana. Revisan todo, le roban dinero y le preguntan dónde vivo. Pero ella no sabe. Le preguntan dónde trabajo y les dice en Rentas”.
Horas después se llevan a Liliana de su lugar de trabajo, a plena luz del día y frente a sus compañeros y compañeras. La suben a un Jeep lleno de soldados. La llevan a su casa, la interrogan, le preguntan sobre la barricada del ‘74 en la que se quemó la pierna. Liliana niega todo. La llevan a la comisaría.
“Me llevaron a la Seccional Tercera. Cuando entramos, gritan: ‘esta queda como subversiva’, y me mandan a una sala sola. Aparece una chica rubia que dijo llamarse Jesi, me empieza a preguntar cosas, de buen modo. Supuse que era de inteligencia. Así hasta las ocho de la noche que llegó El Puma. Tenía una cara angulosa, ojos verdes muy llamativos, parecía un modelo, un dandy, de civil, pantalón beige, parecía recién salido de la ducha, nunca pude identificarlo. Tez morena, joven, 37 o 38 años. Me interroga otra vez por el ‘74, que quién era el responsable. Yo sigo con lo mismo”.
Liliana es liberada. Sigue en Rentas, pero en diciembre renuncia. Los secuestros y asesinatos no paraban: “Se pone muy difícil. Cae Quique Carreño, de Rentas; después van a buscar a Carlos Mayo y a su mujer Alicia Juaneda, de la JTP, los dos quedan clandestinos; cae Morcillo en la Legislatura; Carlos Escobar y el Gallego Ruffa de Política Obrera”. Liliana enumera el horror. Retrocede en él y sigue.  
Antes del golpe, habían secuestrado y torturado hasta la muerte a Fred Ernst, “El Mormón”. Fue en julio de 1975. “Lo tiraron en un camino de Río Ceballos, destrozado. Era un compañero tan cálido, tan entrañable, yo lo quería mucho. Había venido a casa a reuniones de la conducción con Marcos Osatinsky. Fue terrible para mí. Ese día teníamos una peña y saber que el compañero estaba muerto... Pero las cosas seguían, las cosas seguían”, dice Liliana con la mirada perdida en algún punto de la habitación desde donde, 45 años después, brinda su testimonio.
 
Córdoba, México y después
 
En junio de 1976 había llegado a Córdoba, desde Chivilcoy, Ricardo Santilli. Mientras todo a su alrededor desaparecía, Liliana hace contacto con él, tratando de sostener algunas pocas cosas en los barrios. Pero el 9 de marzo de 1977, otro hecho golpea a la organización: en un operativo militar de rastrillaje en Villa Cabrera, “cae” una casa a la que le decían El Castillo. Tras un extenso tiroteo, matan a siete militantes, entre quienes estaba Hilda Olivier. La joven estaba en pareja con Santilli y había ido a visitarlo a la casa cuando llegó el Ejército. Él no estaba. Sobrevive a lo que después se conoció como “La masacre del Castillo”.
“Me entero del tiroteo esa tarde mientras tenía una cita con el compañero bancario Héctor Laconi. Él me cuenta lo que pasó en El Castillo y todos los que estaban ahí”. Laconi le advirtió: “‘dice Ricardo que le busques una casa segura por varios días, porque en ese momento él era el más buscado’. Finalmente, lo llevo a la casa de unos amigos estudiantes, que no eran militantes. Yo quedé en contacto con él. Le llevaba los diarios, le hacía los controles. Estuvo diez días ahí hasta que se va y alquila una pieza en una casa”, relata Liliana, siempre minuciosa.
Por seguridad, Liliana también se muda. Un mes después, caen presos Laconi y un matrimonio de apellido Giacomino. “En Córdoba no quedaba nada. Sólo Miguel (Ricardo Santilli) y yo”.
A mediados de 1978 Liliana seguía legal. Se había casado con Hugo Mansilla y seguía en contacto con Santilli. A pesar de tantas pérdidas, querían volver a engancharse. “Nosotros sentíamos que lo que había que hacer era continuar. Llevo el peronismo desde que nací. Había que luchar para terminar con la dictadura. Eso primó fuertemente en mí. Ahora, con el diario del lunes, pienso que por ahí había que primar otras cosas, y nadie niega que hubo aciertos y errores, pero uno no niega tampoco la lucha, la alegría y el convencimiento, porque nadie obligó a nadie a hacer nada. Y yo, en las mismas circunstancias, repetiría lo mismo”, aclara con énfasis.
Para reengancharse necesitaban viajar y para viajar necesitaban plata. La forma que encontraron fue recuperar y vender la casa donde había vivido Santilli junto con su compañera Hilda y Eduardo Molinete, ambos asesinados en la masacre del castillo más de un año antes.

La fiscal Gabriela Sosti escuchando el testimonio de Lanari.
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio







Buscando el re-enganche
 
Con ese dinero compraron el pasaje para que Liliana viaje a México. Era enero de 1979. Santilli estaba ilegal, por eso se queda en Córdoba. “Fui a ciegas. Estábamos totalmente descolgados. Pablo me manda primero a la casa de sus suegros en La Paz, en México, pero los suegros estaban muy asustados, porque habían matado a su hija y desconfiaban, así que al día siguiente me pagan un avión a DF”. Sin ningún contacto, Liliana toma la guía telefónica y arma una lista de sindicatos, universidades y organizaciones para salir a recorrer. “Tenía que ver cómo me enganchaba. Era lo que tenía que hacer”.
Con constancia, paciencia y mucho azar, Liliana logra dar con un argentino que tenía una librería. Y él, a su vez, le indica cómo llegar a “la casa montonera”. “Ahí me atiende un compañero, con desconfianza, me deja entrar… yo decía lo que podía, hasta que me dan una cita en un bar. Viene María Rosa Argüello, ese fue mi primer contacto en México”, recuerda Liliana. De esa cita, la convocan a una segunda con quien, supo después, era Jesús María Luján (El Gallego Willy).
Finalmente, después de 20 días, Liliana vuelve a Córdoba con la documentación necesaria para que Santilli pudiera salir del país. Y así fue. En marzo parte hacia México, donde conoce a María Rosa, con quien forma pareja y se va a Líbano, el sitio elegido por Montoneros para realizar el entrenamiento de cara a la Contraofensiva. “Acá seguíamos haciendo vida normal, esperándolo”, suma Liliana.  
Ricardo Santilli, ahora bajo el apodo de Pablo, regresa a Córdoba el 20 de agosto de 1979. “Cuando viene nos cuenta de las Tropas de Infantería (TEI) y que nosotros íbamos a estar en las de Agitación (TEA), pero eran conversaciones por arriba porque ni siquiera teníamos el aparato todavía”.
“Ahí también nos dice que él se iba a ir unos días a Buenos Aires y que había una compañera en Asunción que no había podido pasar un aparato para las TEA. En la aduana de Clorinda le dicen que no podía pasar con eso y decide dejarlo en un depósito”, recuerda Liliana. La compañera era Ángela Salamone, alias La Negra Eva.
Santilli le pide a Hugo Mansilla que vaya a buscarla a Asunción para que Salamone no entre sola. Ahora, ante la pantalla, Liliana hace la reconstrucción de ese viaje que luego será central:
“Mansilla se va en el auto, en Corrientes se le descompone así que toma un ómnibus hacia Asunción. Llega a las siete, a la segunda o tercera cita con Eva. Antes de encontrarse, Hugo saca los pasajes de regreso a Córdoba desde Asunción. Buscan el aparato. Le dice a Eva que ya tiene los pasajes. Pero ella le dice: ‘por Clorinda yo no paso, por acá no voy a Córdoba’. Es entendible. Ella ya había intentado por ahí con el aparato. Hugo le insiste y ella le dice que no. A Clorinda no vuelvo”.
Ahí Liliana se frena y aclara: “En 2015 yo declaré Clorinda. Mansilla dijo Clorinda. Yo siempre repetí la palabra Clorinda. Pero nunca más nos preguntamos. Y yo quiero que se haga justicia. Y para eso, las cosas tienen que ser exactas. Y la familia tiene derecho a saber exactamente dónde pasaron las cosas”.
En todos estos años no se pudo determinar con claridad en qué paso fronterizo de Paraguay-Argentina secuestraron a Ángela Salamone. Buscando esa exactitud, Liliana cuenta que el día anterior a su testimonio en esta audiencia se puso a revisar mapas, distancias, horas de viaje, horarios de salida y de llegada. “Tenía que descifrarlo ¿por qué Mansilla había viajado tantas horas si había una hora entre Asunción y Clorinda?”, se pregunta mientras muestra un “machete” escrito a mano en un papel: “Había 374 kilómetros, pero de Asunción a Posadas. Y de ahí se entienden las 4 horas hasta Corrientes donde él vuelve a buscar el auto. El tema es que cuando Mansilla llegó esa mañana a Córdoba, a las 6.30 de la mañana, me dijo ‘cayó la Negra Eva en Clorinda, en la aduana”.
Necesaria y urgente, detrás de un dato que acerque a la verdad, Liliana repasa una vez más: “Mansilla se fue el 27 de agosto, llega a Corrientes en auto, llega a las 7 de la tarde a Asunción. Saca los pasajes a Córdoba, los devuelve, los cambia a Posadas. El ómnibus lo toman a las 12 de la noche. Viajan muchas horas. La Negra le cuenta de su vida. Venía muy triste ella, le habla de su hija –dice hija, pero era hijo- que no podía verla, que estaba con sus suegros…”.
Liliana llega al momento de la caída de Eva. Y otra vez en un esfuerzo por los detalles, Liliana relata lo que Mansilla le contó sobre el momento en que vio a Salamone por última vez. “En la aduana de Posadas los paran unos milicos, los hacen bajar del micro, ahí piensan dejar el aparato en el ómnibus, pero al final no lo dejan pensando que puede ser peor. Así que ella se queda con el aparato. Los milicos al azar hacen subir a un grupo y otro queda abajo, entre ellos Eva. Hugo sigue en el ómnibus hasta Posadas y va al bar de la terminal a esperarla. La espera una hora, muy asustado, pero ella no viene. Así que saca pasaje a Corrientes para buscar el auto, viaja 4 o 5 horas, y llega al mediodía. Pero el auto no estaba listo. Mansilla almuerza, da vueltas por una plaza y le entregan el auto a las 5. Además del aparato, lo que ellos estaban entrando era mucha documentación, pasaportes, la mayoría en blanco, así que Hugo mete todo en las puertas del auto y sale a Córdoba a las 5 de la tarde, viene a mucha velocidad, sube a varios que hacen dedo en el camino para disimular y llega a mi casa de Córdoba a las 6.30 de la mañana”.
Entre recuerdos y reconstrucciones, Liliana concluye que la Negra Eva habría caído, entonces, en la aduana de Posadas a las 6:30 y media de la mañana del 28 de agosto de 1979. 

El presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, consultando a Liliana.
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio
 
“Pablo no volvió más”

Cuando Ricardo Santilli viaja de Córdoba a Buenos Aires le encarga a Liliana una cita. San Juan al 2800. El contacto era con la Negra Eva y estaba acordado con anterioridad a su viaje desde Paraguay. Ángela Salamone conocía a Mansilla y a Santilli. Por eso la decisión es que la cita la cubra Liliana.
“La primera cita la cubrimos mal porque vamos a boulevard San Juan y era el pasaje San Juan. A la segunda vuelvo a ir yo de nuevo. Voy con la bolsita de pan, doy toda la vuelta, pero no había nadie. El 1 de septiembre era la tercera”, explica Liliana. Pero esta vez, Mansilla la trae en auto desde Carlos Paz, donde la pareja, más Santilli y Argüello, estaban desde la caída de la Negra Eva en la frontera. Pero no vienen solos. Pablo se suma.
“Cuando llegamos a Fuerza Aérea y Maestro Vidal, a unas cuadras de la cita, paramos con el auto para ajustar bien, cómo hacer después si la encontraba. Y ahí Pablo dice ‘voy a ir yo’. Le digo que no, que lo habíamos hablado hasta el cansancio, que a mí Eva no me conoce… Le insisto, Mansilla también. Pero dice ‘voy yo, no pasa nada’. Grave error. Grave error”, repite Liliana sobre la decisión de Santilli. Esa fue la última vez que discutieron. Y fue la última vez que lo vio.  
Antes de seguir camino hacia la cita, Santilli le ordena a Liliana volver a Carlos Paz. Ella cumple y toma el primer ómnibus. En el hotel se encuentra con María Rosa (Adriana). Juntas esperan.
Después de que Liliana se baja del auto, Mansilla acerca a Pablo a la zona donde debía encontrarse con Eva. “Cuando están ahí, la ven aparecer. Con el auto dan la vuelta disimuladamente, ven que había varios autos estacionados. Mansilla cuenta que Eva pasa con la cabeza para abajo, fumando. Ella no los ve. Tenía vaquero y un tapado, un sacón, la misma ropa que tenía cuando la vio en Asunción”, explica Liliana y continúa: “En ese momento Pablo dice ‘me bajo’. Mansilla le dice que espere, que está raro, hay autos, ¿por qué no esperás que se conecte de otra manera? Pero Santilli define bajar. Y le dice: ‘No te preocupes, está todo bien, tengo la pastilla’. Es lo último que le dice. Y lo último que ve es que Pablo se baja y empieza a caminar hacia donde estaba ella. No vio nada más”.
Mansilla lo espera donde habían quedado. Media hora, Santilli no llega. “Hugo se va para Carlos Paz, pero cuando llega a la ruta 20 siente que no podía irse, así que vuelve y recorre la zona. Da una vuelta un buen rato. Dice que los autos no estaban más, que no había nada raro. Ni rastros de sangre ni nada. Y no estaba Pablo ni Eva. Y ahí sí, ya se vuelve a Carlos Paz. Cuando llegó dijo: ‘Pablo no volvió más’”.

Pablo Llonto, abogado de la querella mayoritaria, durante el testimonio.
📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio



El secuestro de Santilli obliga a Liliana, Mansilla y María Rosa a abandonar Carlos Paz. Primero parten hacia Cosquín, después a San Rafael, Mendoza, donde vivían unos amigos.
Antes de retomar el relato de ese nuevo viaje, Liliana recuerda otro dato importante sobre Eva: “Yo no sé si se lo dije a Silvia Salamone (la hermana de Ángela) pero no lo dije en la declaración de 2015. Cuando la compañera Eva cae, hace una llamada a España. Ella algo habrá expresado porque la compañera que estaba en España, que era Juliana (María Inés Raverta), intuye que le pasó algo. Esto lo supe porque cuando salimos a Brasil, María Rosa hace una llamada a España y Pastito (Liliana Goldenberg) le dice ‘está llamando la Negra Eva que no le cubren las citas’. Pero eso era muy raro porque sí le habíamos cubierto las citas. En el afán de avisarnos depara que no las cubriéramos, las compañeras mandan una carta o un telegrama, no recuerdo, que decía Eva está enferma, tiene gripe o algo de eso… Ese telegrama llega cuando nosotros no estábamos más. Lo recibe mi mamá. Yo me entero mucho después. Para mi mamá fue un desastre, se deprime, etc. Esa carta se extravió. Pero ella hizo una llamada. A mí me quedó la impresión de que esa llamada la hace para alertarnos. Si los captores la obligaron a hacer la llamada, no sée, pero de la manera que se expresó dijo algo que a ellas les sonó raro. Obligada o por su voluntad esa fue una alerta”.
Desde Mendoza, Liliana parte vía Foz de Iguazú hacia Brasil junto con Mansilla, para luego cruzar el océano hacia España. María Rosa Argüello les había enviado los documentos. “Llego a España el 29 de octubre de 1979. Ahí nos dan varias opciones, nadie obligaba a nada, yo la idea que tenía era volver porque no hubiera salido de la Argentina sino era porque necesitaba documentos porque estaba clandestina. Tenemos una entrevista con un compañero, Alfredo, quien nos pregunta si íbamos a ir al Líbano. Le decimos que no, que nos volvíamos a Córdoba a hacer tareas políticas. Entonces nos dicen que necesitaban parejas, gente de confianza, para ir a la guardería un año. Pero decidimos volver a Córdoba”.
En febrero de 1980 Liliana y Hugo llegan a Panamá donde están 20 días. Desde allí parten a Córdoba vía Asunción, junto con su nuevo responsable, el Negro Cacho (Julio César Ramírez) el Negro Cacho.. Poco después llega a la Argentina su compañera, Graciela Galarraga. Ambos se instalan en Rosario, mientras que Liliana y Hugo se quedan en Córdoba.
“Empezamos con algunos pocos contactos. Nos vemos los cuatro el 25, 26 de mayo y en la cita siguiente con Cacho, sería fin de mayo o principios de junio, él dice que tiene que viajar a Lima. No nos da el motivo, pero nos dice que la Petisza (Graciela) se quedaría con nosotros en Córdoba”.
Días después, por Radio Noticias del Continente, la emisora de Montoneros,  se enteran de las caídas en Lima. Allí estaba el Negro Cacho. “Conclusión –resume Liliana- de nuevo descolgados. Sin responsable y clandestina: Había que salir de nuevo a engancharse”.
Ida y vuelta
A fines de junio, Liliana otra vez se va de Argentina. En Río de Janeiro busca un vuelo hacia México pero no encuentra. Finalmente, consigue volar hacia España desde Campinas. En Madrid se queda unos pocos días, y vuelve a Córdoba con instrucciones de continuar con sus acciones políticas.
“Cuando llego, acá estaban Galarraga y Mansilla esperándome. Galarraga plantea que teníamos que ir a Rosario, pero nosotros no lo aceptamos. Los contactos los teníamos en Córdoba. Ella me dice que en el departamento donde encontraron a la señora de Molfino encontraron una foto del Negro Cacho con una chica de pelo muy cortito. Y que como yo me había sacado una foto con Cacho y tenía el pelo corto debía ser yo. A mí no me pareció que ese fuera motivo para irme a Rosario. Así que ella se fue y nosotros seguimos en Córdoba. Nunca más supimos nada de ella”.
Corrían los últimos meses de ese 1980 y mientras la dictadura seguía firme en Argentina, Liliana se muda y continúa con las tareas que podía: visitas a algunos contactos y envío de cartas a, por ejemplo, empresarios pymes de Córdoba, donde se analizaba la realidad económica y política del país.
Ya en el ‘81, el contacto de Liliana pasa a ser el Vasco Fernando Vaca Narvaja, Eel Vasco,  integrante de la conducción de Montoneros. Viaja a Buenos Aires algunas veces para verlo y en una de esas citas nos presenta al compañero Raúl Yager (para mí era Domingo), porque iba a venir a Córdoba a hacer tarea política. Me dice que necesita una casa segura, así que él con su compañera vinieron unos 15 días a nuestra casa hasta que alquilaron un lugar. A Yager le cuento lo que estábamos haciendo, le paso algunos contactos con curas, con otros compañeros que estaban saliendo de estar presos y dirigentes del interior”. Era el inicio de Intransigencia y Movilización.
Van casi tres horas de testimonio. Liliana va llegando al final de su relato y junto con él, se acerca al fin de la etapa más terrible de la historia argentina. Y a sus consecuencias. Entre ellas, la urgente necesidad de aclarar, una vez más, sus decisiones de vida, de lucha:
“Mi testimonio es como peronista, militante de siempre, por un compromiso con toda la lucha, con todos los compañeros desaparecidos. Yo entiendo la palabra víctima, pero no estoy muy de acuerdo porque todos los que estábamos haciendo algo estábamos convencidos, siempre. Pudo haber aciertos o errores, pero siempre lo hicimos con alegría, convencidos, con muchas ganas y con miedo, sí, siempre, pero ese miedo en el momento lo vencíamos y seguíamos. Hoy hablo por lo que fui y por lo que hice, esa lucha la reivindico y creo que realmente no han matado más porque no han podido. Porque por alguna razón, siempre me pregunto por qué quedé viva… yo nunca caí presa, no por eso no sentí el maltrato, con miedo, pero nunca me torturaron, ni me tocaron un dedo. Y entonces queda una como en un limbo, como si hubiera estado en casa viendo la televisión por 10 años, es muy rara la sensación, es muy rara…”.
La voz de Liliana por primera vez en esta audiencia se retuerce, se atraganta, pero como en su vida, ella sigue. Porque quiere decir algo más. Quiereue que laue la escuchen: “Yo este juicio lo vengo leyendo… Yo leí siempre todo… es como que uno quiere llegar al límite de lo que han hecho estos animales, porque ellos son los chivos expiatorios, porque los dueños de estos tipos están libres y tendrían que estar presos. Eso a mí me da mucha rabia porque son señores que aún hoy siguen robando, actuando igual, siguen con sus negocios y si pudieran volver a repetir lo que hicieron buscarían a nuevos carniceros para que nos maten. Lo quería decir”.
Y lo dice. Traga un largo sorbo de agua y ahora sí, Liliana Lanari pone punto final. No hay más preguntas. Dijo todo. Pero antes de apagar la cámara, el presidente del Tribunal le ofrece decir algo más. Y ella vuelve a tomar la palabra.
“Vuelvo a decir que agradezco este juicio, que lo que están juzgando son seres humanos, no son monstruos, son seres humanos que han hecho atrocidades, enviados por los verdaderos dueños de la Argentina que tienen que matar para implementar planes económicos en contra de las mayorías. Ojalá no se vuelva a repetir algo tan terrible donde la ambición, la codicia y la concentración de la riqueza haga que haya que matar, torturar, destrozar, como lo han hecho, para implementar un plan económico. Ojalá que nunca más y que en este juicio se haga justicia”.
Los aplausos se multiplican por los micrófonos. La cámara se apaga en Córdoba. Se enciende la siguiente. El juicio debe seguir.
  

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com


1 comentarios:

  1. Excelente testimonio."Yo entiendo la palabra víctima, pero no estoy muy de acuerdo porque todos los que estábamos haciendo algo estábamos convencidos, siempre". La palabra víctima generalmente se entiende como " víctimas inocentes ". Los que participamos en contraofensiva y todos los su militamos en los 7 años y pico de dictadura fuimos VICTIMAS DE TERRORISMO DE ESTADO. ES UNA GRAN DIFERENCIA. Sobrevivientes de contraofensiva remite a que la organización Montoneros es la responsable, muy lejos de eso. Sobrevivientes del Terrorismo de Estado pone la responsabilidad en la dictadura cívico-militar-eclesiastico

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