domingo, 1 de septiembre de 2019



Entre los testimonios de la jornada, dos fueron por Enrique Quique Pecoraro, una de las víctimas de la represión a la Contraofensiva de Montoneros. Su compañera, Alicia Ruszkowski, y su hija mayor, Ana Pecoraro, recuperaron su historia militante y narraron con tristeza la ausencia y su muerte. Las cartas que les escribió a sus dos hijas y a su hijo son un testimonio en sí mismo y cobraron un valor especial en la voz de su hija. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) 

Colaboración especial: Valentina Maccarone/Diana Zermoglio
Fotos: Gustavo Molfino
Foto de Portada: Ana Pecoraro lee una de las cartas de su padre. (Julieta Colomer)

—Él nos quiere explicar que él no nos abandona, que él no elige la muerte.

“Hijos me gustaría jugar con ustedes eternamente, verlos crecer, aconsejarlos, protegerlos, pero tambien me gustaria que esa posibilidad no sea individualmente  la que yo les podría brindar sino el fruto de las condiciones de vida de nuestro pueblo. Me gustaría conversar con ustedes en vuestra adultez y en mi vejez, me gustaría verlos caminar por la vida y comprobar que eché buenas raíces. (...) La mejor demostración de amor que puedo brindarles, la mayor demostración que puedo entregarles, es una vida con sentido, una vida que luchó por realizarse, no en abstracto sino con ideas ideales y deseos de solidaridad, igualdad y amor a los demás como forma de realización individual”.

El que habla ante el tribunal es Enrique Pecoraro. Quique no está aquí. Fue asesinado durante el genocidio. Pero está, de alguna manera, no de la mejor, que sería de cuerpo presente. La voz que se oye es la de su hija mayor, Ana Cristina Pecoraro. Está leyendo fragmentos sueltos de largas cartas que Quique les escribió a ella y sus hermanos, Esteban y Laura. Sostiene las copias de las originales, escritas en máquina de escribir. Hay tanto amor en esa lectura, que es posible oír el golpeteo de las teclas contra la cinta cargada de tinta negra. Ana tiene las palabras elegidas resaltadas en rosa. Aunque a veces su garganta parece a punto de bajar la persiana, increíblemente, no se quiebra mientras lee. Quizá porque no es solo su voz la que está allí.


***


Alicia Ruszkowski está sentada para comenzar con su testimonio mientras los imputados todavía permanecen en sus asientos. Como la semana pasada, tienen que volver a pasar al lado de quien está por dar la testimonial. Alicia los mira, ellos bajan la vista; tal cual ocurrió la jornada anterior. Lleva puesta una campera de cuero que no se quitará en todo el día. Viene para hablar del padre de sus hijas, Enrique Pecoraro. En la primera fila, Ana, la mayor, espera su turno para declarar inmediatamente después. Está con su hijo y su hija, dos adolescentes mulatos que contrastan con la blancura polaca de su abuela. “En el ‘68 me recibo apurada —dice la socióloga— porque ya veíamos venir la represión y la derechización de la universidad. Había muchas amenazas, eso es a fines del ‘74. Marzo del ‘75 se produce la matanza en Mar del Plata, 16 de abril nos expulsan a todos”. Ruszkowski repasa así, rápidamente, la secuencia de secuestros, desapariciones y asesinatos desatados por la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el brazo estudiantil de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), organizaciones que estiraron la línea de comienzo del genocidio hasta antes del golpe de Estado, como ya ha ratificado la justicia argentina en juicios como el de La Perla (Córdoba), por el Operativo Independencia (en Tucumán), o contra miembros de la CNU en La Plata y Mar del Plata. En ese final “democrático”, ya asomaba el genocidio.  “Vino una patota de la Concentración Nacional Universitaria, quiso entrar en la casa porque aparte venían con apoyo de La Plata, porque la organización estaba radicada en La Plata, Mar del  Plata y Bahía Blanca. Sabíamos que venían, como represalia, a seguir matando gente, entonces por resguardo dormimos en diferentes casas hasta que yo le digo a Quique ‘Tenés que irte sí o sí’. Yo estaba con mi hija que tenía seis meses y recién ahí, después de abril, me voy a Buenos Aires”, cuenta.
“Por razones de seguridad, entre fines del ‘75 hasta el ‘79, más precisamente el 13 de noviembre donde lo asesinan a Quique, vivimos en cinco casas diferentes. Nos mudamos de Díaz Vélez y Salguero a Parque Chas, de ahí a Saavedra, después a una primera casa en Castelar y luego a una segunda casa (también en Castelar, lindante con la Base Aérea de Morón)”, detalla Alicia.

Alicia Ruszkowski responde a las preguntas de los defensores. (Gustavo Molfino/DDJ)


Ser parte de la Contraofensiva

“Quique era una persona muy reflexiva, con un pensamiento crítico muy importante. Tenía discusiones muy fuertes dentro de la organización. A su vez una pertenencia también muy importante, se daban las dos cosas”, explica Alicia, que en ese camino dejó su militancia. “Cuando llegamos a Buenos Aires, yo ya no tengo militancia activa. Nació Ana en el año ‘76; en la maternidad Sardá nació Esteban. Era la época en la que llevaban a las mujeres secuestradas a parir. En septiembre del ‘78 nació Laura, en Capital. Yo tenia a esos tres niños pequeños y permanentemente nos movíamos de un lado para el otro. Quique pertenece a la organización Montoneros en el área de documentación y enlace con el exterior, por eso nosotros no nos fuimos del país. Él sí viajaba al exterior por períodos muy cortos. Él tuvo participación en la Contraofensiva. Como yo no estaba encuadrada en ese momento activamente, una forma de resguardo era no tener demasiada información. No sabíamos en qué momento se podía producir una caída, ser torturados, entonces también la idea era preservar la vida de uno y de los compañeros y compañeras”. Menciona que Quique tuvo que ver con la salida del país de Jaime Dri luego de su fuga de la ESMA. Que viajó a Panamá y Perú. Que su último viaje fue a Madrid. También dio cuenta de que Quique confeccionó documentación falsa para la hija de Juan Carlos Scarpati, Cacho, un militante que se fugó en una salida en la que supuestamente irían a marcar una casa desde donde funcionaba Radio Liberación. Scarfati murió en 2008, pero ya en su primera salida del país aportó datos fundamentales para entender el funcionamiento del sistema concentracionario de Campo de Mayo. Lo hizo ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU).
Remarca que en alguna época el Turco Haidar fue su responsable, aunque no puede aseverar que también lo haya sido en la Contraofensiva por las condiciones de hermetismo impuestas que, por supuesto, alcanzaban a Pecoraro. “Tenía su responsable, que era René Haidar, que es uno de los sobrevivientes de Trelew que después desapareció en la ESMA en el año ‘82. Un gran compañero, amorosa persona”, detalló. Haidar, sobreviviente de la Masacre de Trelew, fue visto en la ESMA por Víctor Basterra, aunque su caída no tuvo que ver específicamente con la Contraofensiva.

—¿Tenía apodo? —consulta la fiscal Sosti, siempre dirigiendo el testimonio hacia Pecoraro.
—Domingo. Así aparece en el libro Recuerdos de la muerte, de Miguel Bolazo cuando lo nombran en esa pequeña estadía en la casa está en Madrid. En una frase muy chiquita.

Si bien se corrigió rápidamente nombrando correctamente a Miguel Bonasso, periodista e integrante de Montoneros, el lapsus provocó algunas carcajadas incontenibles.

13 de noviembre de 1979

Con el pelo rubio enganchado por detrás, sus ojos claros resaltan en el rostro invadido por parte del cabello. Alicia Ruszkowski se prepara para hablar del asesinato de Enrique Pecoraro. Explica que Quique había viajado a España el 1 de noviembre y que volvió el 12. Y que a su regreso lo vio preocupado por haber perdido una valija en el Aeropuerto.

—¿Cómo te enteraste que volvía el 12? —pregunta Sosti.
—Él me dijo aproximadamente ese día, yo no estaba con mucha seguridad. Estaba muy preocupada porque me había quedado sin un peso. Ni siquiera nos comunicábamos  telefónicamente porque no teníamos teléfono. Él me había anticipado que volvía alrededor de esa fecha. Yo no tenía ni para ir a comprar una leche.
—¿Supiste si además de los juguetes para los chicos traía documentación? —consulta la fiscal en referencia a la valija perdida.
—No me lo dijo explícitamente. Solamente se manifestó preocupado por generalidades, era muy preocupante de que él hubiera perdido la valija. Seguramente había algún tipo de cosa comprometedora.
—¿Qué pasó después?
—Mi suegra le avisa de que tiene que ir el seguro del auto. El auto estaba asegurado en la compañía Ruta, que estaba en la calle Rivadavia 9677. Él me dice que se va y que vuelve tipo 18 horas. La consigna era siempre avisar a qué hora volvía. Yo soy maestra, además de ser socióloga y en un momento, en un colegio Parroquial del barrio de Castelar, una vecina me dice que hacía falta una suplencia, entonces yo quería insertarme laboralmente en algo. Voy y empiezo a dar clases y después alguien me avisa, no sé por qué, que iban a venir miembros de los servicios de seguridad a revisar los legajos de los docentes. A las dos semanas renuncié. Ese fue el único intento que tuve de insertarme.

Alicia recibe el afecto de su nieta al finalizar
su testimonio. (Gustavo Molfino/DDJ)


Ruszkowski retoma la secuencia del crimen. “Vuelvo al día 13, yo tengo muy claro en mi memoria que fue ese día. Quique dice que si no vuelve a las 18 que levante la casa y que me vaya. Fueron las horas más dramáticas de mi vida porque yo estaba en esa casa con los tres chicos y pasaron las 18, las 19, las 20, las 21 y yo sentía que no estaba haciendo lo correcto, porque la necesidad era irse lo más rápido posible, pero era la esperanza de que volviera... Recién levanté la casa a las 22. Con los puesto, con los tres chicos, con unos pesos que me había dejado por suerte, y me voy a la casa de mis vecinos. No tenía mucho dónde ir como para pasar la noche. Saco lo principal de la casa. En un acto de lucidez tomo los documentos y la escritura de la casa, la ropa mínima y me voy. Ahí paso una noche, no me acuerdo dónde, mis vecinos estaban del otro lado de Rivadavia. Gente muy amorosa. Al vivir clandestino uno se recostaba mucho en los vecinos. Inclusive yo tenía una vecina pegada, la "Vasquita" que hasta el día de hoy nos seguimos queriendo. Después de ahí pasan dos días”. Sin saber bien qué hacer, con la certeza de que algo le había pasado a Quique, decide pedir ayuda a su familia. “El día 15, como yo estaba con los tres chicos conmigo, decido llamar a mis padres y mi mamá, con mi hermano menor Adalberto, vienen a Bs As. Nos encontramos en la esquina de Juramento y Cramer y yo les entrego a Ana y Esteban, que se los lleven a Mar del Plata. Por esas razones raras me quedo con Laura, en ese momento tenía un año, ella cumple el 28 de septiembre un año y un mes y dias. Me quedo con ella. Lo que primó en mi fue la necesidad de que ellos estuviesen seguros. Yo tenía la sensación de que en cualquier momento iba a caer la represión, era tan vívida . Al vivir yo a metros de la Base de Morón, los helicópteros permanentemente pasaban por encima de la cabeza de uno, y uno siempre pensaba que iba a ser alguno que parara ahí y nos levantara. Era una sensación de peligro, pero horrible”. En su necesidad de saber qué había pasado, comenzó a reconstruir la historia en ese mismo momento”. Necesitaba corroborar qué había pasado con Quique. Lo único que yo sabía es que él me dijo que `Si a mí me pasa algo yo no me voy a entregar vivo’. Eso lo tengo absolutamente vivo. ‘Yo no me voy a bancar la tortura’, me dijo. Por noticia de mis vecinos, a la casa no le había pasado nada. Pasaron los días, yo dejo a Laura y empiezo a hacer el recorrido. Yo sabía que él iba a pagar el seguro a la oficina de Ruta. Empiezo, sola mi alma, caminando. Voy a la oficina, entro, me acuerdo que iba con una bolsita de nylon y dos papeles adentro. Me paro delante del señor que era el empleado, no sé si era el dueño o no de la compañía. Le pregunto, me mira despavorido, y me dice "vayasé, vayasé, vayasé". No me contesta. Yo intuí que había pasado lo peor. Yo sé  exactamente qué pasó con Quique. Él no es desaparecido, es asesinado. En ese momento, cuando yo miro la cara del empleado y me mira despavorido, me voy y aviso. Yo tenía un teléfono para avisar, en caso de emergencia a Madrid. Camino por Belgrano, me meto en una telefónica, estaba muy perseguida porque me parecían que estaban todos atrás mío. Llamo a Madrid, hablo con un varón y le aviso que Quique estaba enfermo, esa era la consigna”.
Por un expediente al que accedió en 1985, supo que a Quique lo habían matado en el intento de secuestro en la empresa de seguros. Lo enterraron en Chacarita, pero luego lo levantaron como si fuera un muerto común, impidiendo cualquier posibilidad cierta de identificarlo.

Su propia caída

Pero no todo terminó allí para Alicia. Regresó a Mar del Plata con su pequeña hija en un Fiat 128 a su nombre, temiendo que la identificaran en la ruta. La pararon pero pudo esquivar al policía, con la colaboración inestimable del llanto de la niña. Ya en Mar del Plata, la secuestra una patota de la marina que la lleva a la ESMA. Allí la recibió Adolfo Donda Tigel, alias Gerónimo, que le dijo “El ejército quemó a tu marido”. “Ahí corroboro que Quique está muerto”, dice con tristeza. Recorre sus dos meses como secuestrada en la ESMA y también su liberación. Retornó a Mar del Plata, no sin consecuencias. “Cuando me largan y me tomo el tren, me siento al lado de un señor, que nunca supe si fue coincidencia o qué y él me dice que participó del Operativo Independencia y que era del ejército. Yo dije, ahora me secuestran de vuelta. Bajé del tren, ya estaba como entregada. Me tomo un taxi, cuando empieza el ‘wokitoki’ digo, ya me están llevando de vuelta”.
Asegura que, a pesar de la paranoia, pudo no moverse nunca del lugar elegido. “Doy gracias que estoy viva. Sigo con las mismas convicciones de siempre. No me gusta este mundo en el que estamos viviendo. Quisiera que fuera diferente. Yo por mí no sé, porque capaz no voy a vivirlo, tengo 72 años, pero por mis hijas, hijo y nietos, quisiera que esto fuera diferente. Estoy acá por la memoria de los que no están y hablar por ellos y por Quique con todos sus ideales. Pensó un mundo diferente y lamentablemente estamos viviendo un mundo realmente horroroso. Creo que para mí es importante hacer esta declaración y ojalá tengamos un mundo más justo y solidario. Esto que estamos viviendo es espantoso”.
Cierra su testimonio. Recibe los aplausos con los que se despide a cada una de las personas que aportan a la verdad con sus recuerdos y vivencias. Se abraza primero con su hija, que está a punto de sentarse en la silla como testigo. Ana Pecoraro va a rondar la misma historia, pero desde otro punto de vista. En todos casos anteriores, las hijas e hijos han conseguido conmover con sus relatos de ausencias, sufrimientos, reconstrucciones de historias y transferencia de ideales.

Ana Pecoraro, ya con las cartas de su padre listas para ser leídas, sostiene a su madre que recién terminaba de testimoniar.
(Gustavo Molfino/DDJ)

***

A diferencia de su madre, Ana Cristina Pecoraro dejará pronto el saco gris con puntillas abrazado al respaldo de la silla. “Juro por los 30.000”, asevera cuando le preguntan si jura o promete, de acuerdo a sus creencias. Antes de responder cualquier pregunta, deja en el aire una sensación generalizada: que los imputados no estén en la sala parece un privilegio inaceptable. “Primero quisiera decir que esta circunstancia hace muchos años la venimos esperando, y lamento hoy que los genocidas no puedan estar acá sentados, escuchándonos. Yo estoy muy agradecida de estar en este tribunal, pero siento que un poco la impunidad se cuela, porque llevamos muchos años de sufrimiento y ellos tienen que escuchar el horror que cometieron”. Es tan sólo el comienzo.
“Tengo alguna imagen vaga de mi papá, él no está. Yo estoy aquí y tengo la suerte de hacer este relato, de haber tenido una familia que me contuvo y que me hayan formado en lo que soy, pero tengo muchos compañeros y compañeras que no tuvieron esa posibilidad. Que estuvieron rotos, quebrados”, asegura hablando por ella y también por otros pibes y pibas de su generación.
Uniendo su relato con el de su madre, retoma en lo que fue el regreso de Alicia después de su secuestro en la ESMA. “Mi vieja vuelve, agradezco que la hayan liberado, que la pueda tener conmigo. Vivimos en la casa de mi abuela un año y después compramos una casa y nos vamos a vivir ahí”. Sin embargo, recuerda que con el regreso de la democracia no cesó la persecución. “Después vino la democracia y en los primeros años no vino el alivio, la tranquilidad. Tengo un registro muy marcado en el año ‘84/’85, mi mamá recibe un telegrama que estaba condenada a muerte por la Legión Cóndor, era un papel que yo quería traer y presentar, pero en el año 2000 nos robaron, dieron vuelta toda la casa y ese papel se perdió, pero tengo el registro del miedo de mi mamá y ese papel era un salvoconducto para pedir asilo si volvía a haber un golpe, porque todos esos genocidas estaban sueltos en la calle. Mi mamá estaba vigilada, recuerdo vivir con el miedo todo el tiempo a que ya no vuelva. Ya tenía 10 años. Mi sensación es que yo dejé de ser niña, era la mayor de tres hermanos. Mi vieja me dijo que fue muy duro volver a llevar la cabeza con tres hijos y yo sentí que tenía una responsabilidad que asumir con mis hermanos, cuidarlos. Mamá no estaba mucho en casa, viajaba mucho por el laburo que había conseguido con un médico que hacía ecografías, entonces se iba y volvia a veces a la noche muy tarde, pero yo no dormía hasta que ella llegaba a mi casa porque yo siempre pensaba que ella no iba a volver”. Remarca de nuevo esa sensación de que todo podía volver a suceder.

Clandestinos en democracia

Ana tiene el pelo peinado para atrás, con una “colita”que cae desde lo alto de su cabeza. Tiene varios lunares en su cara, que se destacan como los puntos que tuvo ir uniendo para reamar la historia de su padre ausente. “Yo viví la muerte de mi viejo como un desaparecido, me imaginaba cuando era chiquita que estaba en alguna nube o que en un cumpleaños iba a abrir la puerta y él iba a estar ahí. Me costó mucho entender. También nos metimos un poco para adentro. Me costó mucho hablar con mi mamá . Estaba rota, herida. Sola. Pero bueno, crecimos... en el colegio no hablábamos, no podíamos decir nada. Éramos clandestinos en democracia. Era difícil vivir, aunque yo hoy me siento una privilegiada de la vida que tuve. Cuando uno empieza a tener un poco más de edad, quise empezar a reconstruir, quien era mi viejo Enrique Pecoraro. Tenía la imagen y la mirada de mi mamá. Pero me faltaba mucha otra parte de quien era Quique”.
Para esa reconstrucción que necesitaba utilizó relatos de compañeros y cartas que su padre, seguramente previendo el posible final, tomó la precaución de escribirles. “Me contacté con mucha gente de las Cátedras Nacionales que estuvieron con él. Muchos están desaparecidos, amigos de la universidad, del futbol. Nunca imaginé que mi viejo jugaba al fútbol y que había sido director técnico, lo imaginaba como un señor intelectual y aburrido, metido para adentro. Me enteré cosas muy lindas de él”. Entre esos relatos de compañeros, destaca el de Eduardo Soares. Y lee una reseña que alguna vez el Negro escribió sobre su padre.

"Quique resultó ser para nosotros lo que desde un inicio esperábamos que fuera. Un compañero formador de cuadros, un padre en muchos aspectos y hasta un guía personal. Algunos sobrevivientes de esos años pudimos valorar en toda su dimensión lo que significó Quique en nuestras vidas. Un prestigioso y reconocido profesor universitario que no dudó en embarrarse sus zapatos volanteando de noche en noche los barrios del sur marplatense, casa por casa, y luego volver al otro día, pero más temprano, nuevamente a hablar con la gente más pobre y humilde la ciudad. Así abrimos el primer barrio, el primer local de madera y cartón, y luego otro, y otro. Es difícil hoy, más de 40 años después de su caída, no reconocer la importancia y el valor. Fue un cuadro político, extremadamente crítico, muy crítico y pensante. Nos enseñó siempre a pensar y criticar, fue siempre crítico pero orgánico. Durísimo en la crítica, pero orgánico. Quique nunca discutió para sí mismo el poder interno o el espacio de poder para él, lo peleo para nosotros, los más jóvenes, la segunda generación de Montoneros. Quique nos formó como cuadros y con eso tuvo suficiente. En 1979 a Quique se le encargó realizar una tarea absolutamente política y muy arriesgada. Quique tenía como misión retomar las viejas tareas tanto políticas como sindicales, para crear un frente antidictadura. Ese viejo frente de 1973 había que intentar crearlo y esa fue la difícil tarea a la que se comprometió Quique”. 

En la reseña emotiva y fuertemente política del Negro Soares, aparece claro el rol de Quique durante la Contraofensiva. Ana suma como dato esencial en la reconstrucción histórica, la declaración -otra vez- de la sobreviviente Silvia Tolchinski, que expresó que escuchó a algún genocida de Campo de Mayo jactarse de haber participado en su asesinato.

Las cartas

Aunque ella no lo diga, el elemento más importante de aquella reconstrucción de Quique como papá, seguramente esté en sus propias cartas. Nadie lo interpreta allí. Nadie lo idealiza. Es él, en su angustia por ausencia, hablándoles a sus pequeñas hijas y a su hijo, en el futuro, asumiendo que su circunstancia y la feroz represión se impedirán.

Fragmento de una de las cartas que Enrique Pecoraro les escribió a sus dos hijas y a su hijo, cuando apenas eran niños.
(Diario del Juicio)


"Quisiera con esta carta explicarles el porqué de mi vida. La definición de la vida que llevo. Muchas veces deben leer en su vida estas líneas para que, de a poco, vayan entendiendo mi ausencia. No busco que me comprendan con la razón, quiero que acepten mi actitud como la vital determinación de un hombre para encontrar las razones. Bastarán el desarrollo de nuestras vidas y de la patria, que seguramente serán tan llenas de vicisitudes y dificultades como las actuales. Quise asumir en mi vida lo que creí justo y correcto hacer. Quise realizar lo que pensé que era la mayor forma de vida humana entre los hombres. Quise ver realizado en este mundo, el verdadero mundo de los hombres y no en cualquier sino en mi patria. Así que hijos no los abandono por un acto irresponsable ni egoísta. Sino que define el contenido de mi vida y acepto sus consecuencias. Solo quise darle a mi vida el contenido que entendí que era el más importante. Realizando individualmente a condición de que millones se realicen, por eso elegí ser revolucionario, al entender que nuestra personalidad, nuestra individualidad y nuestra libertad consiste precisamente en su realización plena en la unión consciente con millones de seres que solidariamente intentan realizar el mismo proyecto de vida basado  en la igualdad entre los hombres y no la desigualdad y los privilegios de algunos. Ser montoneros significa querer luchar por una vida digna de millones de seres, hoy postergados y consumidos por la miseria económica, cultural y humana. Ello tiene como consecuencia la muerte que causa quienes se oponen a ello. Nosotros luchamos por la vida digna de millones, por la libertad plena de millones y se nos oponen los que luchan por la libertad de unos pocos, la vida plena y digna para algunos pocos. Comprendí que mi realización radica en esa lucha misma y no solo en el éxito de la misma. Hijos me gustaría jugar con ustedes eternamente, verlos crecer, aconsejarlos, protegerlos pero también me gustaría que esa posibilidad no sea individualmente  la que yo les podría brindar sino el fruto de las condiciones de vida de nuestro pueblo. Lo mejor que pueblo brindarles, la mayor demostración que puedo entregarles, es una vida con sentido, una vida que luchó por realizarse no en abstracto sino con ideales, ideas y deseos de solidaridad, igualdad y amor a los demás como forma de realización individual. Finalmente no podemos definir esta vida por los riesgos, sino que elegí esta vida para que no existan niños como ustedes que no tengan padres que no les puedan dar de comer, padres que no tiene casa para sus hijos, padres cuyos hijos no tienen educación. Piensen hijos cómo se sentirán esos niños como ustedes".

Palabras finales

Después del recorrido por las preguntas de las partes, como siempre, el juez Esteban Rodríguez Eggers hace un último paneo para ver si quedan preguntas. Como todas las partes dicen que no, le comunica que su testimonio ha terminado, pero queda algo más todavía. “Yo sí quiero decir algo más —anticipa Ana Pecoraro—. Primeramente agradecer a cientos y cientos de compañeras y compañeros que están acá y en otros lugares que lucharon tantos años para llegar a estos tribunales. Pienso siempre que si estos tribunales hubieran llegado antes la vida de cientos de miles hubieran sido distinta, tal vez este país hubiese sido distinto. Yo fui una privilegiada como dije, tengo a mi mamá , a una familia que me cuidó y que me contuvo. Pero la pasamos mal, muy mal. Muchos compañeros y compañeras la siguen pasando mal. Nadie reparó, nadie nos cuidó. El Estado no reparó, no se preocupó por nosotros. Nos pide reconciliación cuando no sabíamos nada sobre nuestros viejos, cuando no podíamos decir que teníamos unos viejos desaparecidos, cuando en la escuela no se hablaba sobre el Terrorismo de Estado. Yo estoy acá hoy por mí, por mi familia, por mis hijos, por estos jóvenes que están acá, por los compañeros y compañeras que me sostienen, pero también por los compañeros que no pueden dar testimonios, que quedaron quebrados, rotos, que son muchos, que están esperando este momento de justicia, que no reparan a nosotros como familia, sino que reparan un país que lamentablemente no es el que soñaron los 30 mil. Así que por los 30 mil, por mí, por las nuevas generaciones es que nosotros pedimos justicia. Y les pido por favor que los genocidas tienen que estar acá porque hubo muchos años de impunidad, en las calles, cruzándolos nosotros, teniendo que ver cómo viven, cómo vivieron a costa de nuestros bienes porque no solo nos arruinaron la vida sino que se robaron todo como vulgares ladrones, por mi mamá, por mi abuela, por mi familia, por los 30 mil es que yo estoy acá. Y espero que haya un poco de justicia”.

Los aplausos se multiplican. Su madre corre para abrazarla. Sus hijos no pueden contener las lágrimas y el orgullo. Ana Pecoraro y su madre han traído a Quique a este juicio histórico. No alcanza. Nunca. Nada. Conmovidas, habrán regresado a sus hogares con la certeza de la tarea cumplida. En esa reconstrucción interminable de lo que no se puede remplazar, no habrán podido sentir muchas otras veces esa tranquilidad que hoy se les nota en las caras.


*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

5 comentarios:

  1. Y ya mis lagrimas no sirven. Los compañeros y compañeras ya no estan. Pero veo a miles de jovenes peleando por una vida mejor para los mas. Y eso me dice que nuestro trascurso no fue vano

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  2. Compañerxs
    Primero quiero reconocer el importante trabajo que realizan con el Diario del Juicio.
    En la crónica del día 18 hay un error en el apellido de un compañero. Me refiero a Cacho Scarpati que uds recogieron como Scarfati.
    Abrazo

    Fernando

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    1. Hola! Ya está corregido. Mis gracias por la observación y disculpas por el error de tipeo.
      Abrazo, Fernando x LR

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