Foto: Fabiana Montenegro
Son exactamente las 11 y se abre la puerta. Todos sabemos quién va a entrar a la sala, pero la expectativa es tal que parece que no supiéramos. Camina lento. Se apoya levemente en un bastón. Entra acompañado por el mismo silencio con el que saldrá casi exactamente tres horas después. Todas las miradas apuntan a Roberto Cirilo Perdía. Tiene una camisa que se adivina por los cuellos, que disputan espacio con un pulóver color ladrillo; por supuesto el escote es en V. Lo recibe el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, con las preguntas de rigor previas al testimonio. Sin que transcurran más de dos minutos, le da la bienvenida también, menos amigablemente aunque sin perder nunca el gesto amable, el defensor oficial Hernán Silva:
—¿Estuvo imputado en alguna causa por su accionar durante la Contraofensiva? —intenta amedrentarlo.
La pregunta queda sin respuesta, porque el juicio es para ventilar los delitos cometidos por los militares de inteligencia que participaron de la represión a la Contraofensiva Estratégica de Montoneros. Tanto la fiscal Sosti como el juez se lo remarcan. No alcanzará.
No lo sabemos, pero es fácil presumir que Perdía sabe que le esperan ese tipo de preguntas de parte de quien fuera el defensor del genocida Alfredo Arrillaga, recientemente condenado por los desaparecidos de La Tablada. No será el único. Hay otros dos defensores privados que esperan su turno para caerle encima.
Perdía pregunta si va a poder revisar, mostrar y dejar copias al tribunal de una serie de papeles “que estuve buscando justamente para esta declaración”. Le responden que sí, por lo que apoya sobre la mesa pequeña una carpeta casi del mismo color que su pulóver. De cartulina fina, la carpeta desborda. Contiene documentos, copias de artículos periodísticos de esa época y de otras, originales de la revista Evita Montonera. Las irá citando con el correr de su extenso testimonio.
Quien fuera el Nº2 de Montoneros utiliza la primera hora entera para realizar un contexto histórico. “El 67% de los desaparecidos eran trabajadores; de ahí, la mitad eran obreros industriales”, dice para señalar el sujeto social principal al que apuntaban como actores esenciales de la resistencia contra la dictadura. “Parece una clase de Sociedad y Estado de la UBA”, se escucha por allí. De a poco, a preguntas, lo van metiendo en la Contraofensiva. “Buscábamos el retroceso del poder militar con una lucha planificada del campo popular”, asegura antes de reivindicar el objetivo concreto de la acción, que era voltear a la dictadura. Repasa la duración de las largas noches latinoamericanas de aquellos años. “En Uruguay duró 12 años. En Chile, con Pinochet, 17. En Bolivia 18 y en Brasil 24 años”. Remarca Perdía que el promedio de las dictaduras del cono sur fue de 17 años . “No incluyo a Paraguay porque, bueno… con Stroessner el promedio se iría mucho más alto”, aclara. “En Argentina duró 7 años. Eso no fue casualidad. Eso se debe al sacrificio del pueblo argentino y sus organizaciones. Por eso duró 10 años menos. Fueron 10 años más de libertad. Ese es el fruto alcanzado, aunque el objetivo era mayor”, señala quizá en el momento de mayor vehemencia en su discurso.
El Pelado -como le dicen quienes integraron Montoneros, lo sigan admirando o no- tira cifras de inflación y de caída del PBI. “Tengo materiales de la época que muestran cuáles eran nuestros programas —dice mientras exhibe un ejemplar de Evita Montonera de septiembre de 1978—. Y aquí está el programa para la pacificación de la Argentina con sus puntos: 'Destitución del ministro Martínez de Hoz y cambio de las políticas económicas en favor del interés nacional y popular. Restitución de los derechos y garantías constitucionales. Rehabilitación sin excepción de todos los partidos políticos. Liberación de todos los presos políticos. Eliminación de los campos de concentración y publicación de las nóminas completas de los secuestrados. Convocatoria a elecciones'". Perdía muestra los 10 puntos del Programa de oposición de Montoneros y pide dejar fotocopias al tribunal. "Esta es la prueba de cómo nos movíamos. A qué aspirábamos, Qué queríamos. El programa político abarcaba una lucha general que se estaba dando en ese momento. La respuesta de la dictadura es la que conocemos: a través de sus estructuras de inteligencia del ejército, no sólo operaban sobre la opinión pública para inclinarla a su favor a través del control de los medios de comunicación, sino que también operaban sobre nosotros a los fines de poder conseguir compañeros sobre los cuales operar para ir reproduciendo las caídas cotidianas a través de la tortura y los métodos de opresión harto conocidos", define con convicción. "Ese es el momento en el que se desata la Contraofensiva”, delimita. “Aquella lucha, además de responder a la necesidad del pueblo, tenía un sentido histórico. Ese mismo año ‘79 se daba la Revolución en Irán y en Nicaragua se imponían los Sandinistas”.
La organización de la Contraofensiva
Con un pañuelo beige en su mano izquierda se va secando la boca luego de tomar agua. Está por dar detalles de cómo se organizó la operación. Cuenta que estaban divididos en cuatro grupos y pone ejemplos del accionar de cada uno de ellos. El militar: "a través de las TEI, que eran grupos para acciones militares"; agitación y propaganda: "los TEA, de tareas de propaganda que con equipos interferían las pantallas de televisión, las anulaban y transmitían mensajes grabados por nosotros"; el eje político: "una estructura de compañeros que estaban abocados a las tareas de organización política"; y también define un cuarto grupo: militantes "que venían individualmente a tomar contactos puntuales con algunos dirigentes políticos o con las organizaciones de jóvenes que marchaban a Luján". En esa puntualización también aparecerá claro, más tarde, dónde golpeó más la dictadura. "Casi no hubo bajas entre los grupos de agitación, un poco más en lo militar, juntos son un 20%. El 80% de las bajas se dio en los grupos de las tareas políticas. Ahí hubo un error de nuestra parte, porque los grupos que comenzaron a contactar habían sufrido la presión de inteligencia, la presión sobre la ciudadanía había sido mayor. Ahí cometimos errores propios, algunos individuales como el de la compañera (Adriana) Lesgart, caminando por Av. de Mayo el día de la reunión de la CIDH, entre la gente, cuando era archiconocida y buscada. Eso tenía que ver con una situación anímica que teníamos, en la que todos los que estábamos en el exilio teníamos la necesidad de estar y de pelear acá. Eso nos hizo cometer errores. Por eso las mayores bajas se producen justamente en este aparato político, ni en el militar ni en el propagandístico. Las formas de control de la dictadura ya eran mucho más extensas".
Perdía repasa sin dudar cuál era el objetivo de las acciones militares. "No es casualidad que todas las acciones fueron dirigidas contra el equipo económico, contra el poder económico. El objetivo era marcarle al pueblo cuál era el enemigo, y el enemigo era ese, que quería destruir la economía del país y quitarles derechos a nuestro pueblo. Por eso planificamos esas acciones estrictamente sobre ese enemigo".
—¿Cómo uno iba a los TEI, a los TEA o hacía una acción individual? ¿Había alguna forma de determinación o era estrictamente voluntario? —consulta Rodríguez Eggers.
Detrás de esa pregunta, que parece una más, puede verse una de las ideas instaladas alrededor de la Contraofensiva, que este juicio derribará o reafirmará: que operó una suerte de obligación a sumarse, más o menos explícita; más o menos sutil.
—Primero estaban los intereses y las necesidades individuales de cada compañero. Algunos seguían militando orgánicamente y otros fueron compañeros que voluntariamente quisieron sumarse a esta acción y fueron convocados especialmente. Después, el destino de cada uno era conversado con cada compañero, según sus intereses o condiciones. Los compañeros de tareas individuales más bien se correspondía con las características personales de cada uno, que les permitía relacionarse con algunos sectores, como fue el caso del cura Adur, que viene para relacionarse con el episcopado; o Julio Alberto Suárez, que fue ministro en San Luis y viajó al país para tomar contacto con la gente que él conocía.
—¿Y cómo fueron los ingresos de quienes estaban fuera del país? —quiere saber la fiscal Sosti.
—Los ingresos individuales, obviamente cada compañero iba viendo su propia forma de ingreso al país. Las tres estructuras más orgánicas iba ingresando al país en los propios grupos que estaban conformados, de tres, dos, cuatro o cinco personas. Los pasos eran decididos por cada uno de los responsables de esos grupos. No había una planificación central. Los responsables iban ubicando las perspectivas que había, según donde se sintieran más seguros para hacerlo. Obviamente todos ingresaban con documentos hechos por la organización.
—Esto de que no se centralizaran los puntos de ingreso, ¿tenía que ver con una cuestión de seguridad?—pregunta Sosti.
—Obviamente. No queríamos que hubiera un solo punto. De hecho hubo, no sé... veinte puntos diferentes de ingreso al país. A pie, en colectivo, en avión. Desde el exterior, desde los países limítrofes. Eso después nos dimos cuenta que en algunos puntos había gente que iba marcando a los compañeros. Eso ocurrió en algunos casos y evidentemente fue alguna de las causas de las caídas.
Preguntas dos demonios
—Cuándo la organización lleva adelante esta planificación, ¿hubo alguna ruptura dentro del núcleo duro de la conducción? —pregunta el defensor oficial Hernán Silva, que asiste a 7 de los 9 imputados.
—Si llamamos núcleo duro a la conducción o al secretariado, no. Si ampliamos un poco más a un nivel de militancia mayor, sí.
—Me refiero específicamente a Juan Gelman y a (Rodolfo) Galimberti. Si ahí hubo una ruptura y por qué existió esa ruptura, y si tuvo alguna consecuencia en la Contraofensiva —puntualiza, mientras se escuchan algunas risas por lo bajo, como símbolo de la espera de lo obvio.
—Sí. Gelman y Galimberti y un par de compañeros más, sacaron un documento planteando su disidencia y que no estaban de acuerdo con la Contraofensiva.
—¿No estaban de acuerdo en qué parte de la Contraofensiva? Porque hay algo ahí... —titubea y hace gestos—, que no sé si es por la acción política o por la parte también de las actividades militares —Silva parece hacerse el zonzo.
—Lo plantearon en términos generales. Que no estaban dadas las condiciones políticas para esa Contraofensiva. Cosa que ya fundamenté los errores en el aspecto organizativo vinculados al aparato político sobre el cual se trabajó. Pero la Contraofensiva, en términos estratégicos, reflejaba el espìritu de lo que estaba ocurriendo en la sociedad. Por ejemplo, la cantidad de hechos sociales que se produjeron y su multiplicación por cuatro o cinco en 1979. Yo creo que avala para decir que el pueblo en lucha, en 1979 empieza a colocar otras reglas de juego, que le podemos poner otro nombre, pero lo podemos llamar Contraofensiva. Tiene que ver con la forma histórica en la cual se dieron las luchas en la Argentina.
—Disculpe mi ignorancia —insiste Silva—. Usted me dice... ¿Montoneros podía tomar algo de esas luchas sociales a través de la Contraofensiva? No me queda claro eso.
—No. No es que podía tomar algo. Es nuestra forma de ver de una manera integral la lucha en el territorio: las organizaciones sindicales, las organizaciones políticas y algunas acciones militares. Las luchas sindicales de aquel período están protagonizadas en muchos casos por compañeros que tenían que ver con Montoneros. Inclusive hice referencia a que en el medio del conflicto de Safrar Peugeot aparecen inscripciones dentro de la fábrica a favor de "organizaciones ilegales" como decía el diario La Nación. Entonces lo que quiero decir es que no estábamos hablando desde afuera, estamos hablando de que hay una integralidad de la lucha donde lo sindical, lo político y cierta actividad militar van de la mano.
—En la carta a la que usted hacía referencia (por el documento de Gelman y Galimberti), hay acusaciones duras —otra vez Silva.
—¿Cuál es la pregunta? —consulta el presidente del tribunal.
—Si esas acusaciones motivaron que se fuera más gente además de la que respondía a Gelman y Galimberti.
—¿Respondo? —plantea Perdía, quizá esperando que el juez lo frene. Sin embargo encara su respuesta. —Cuando circula ese documento criticando aspectos de la Contraofensiva, eso generó obviamente un debate interno. Yo no sé cuántos compañeros dejaron de venir o no participaron de la Contraofensiva. Lo que sí sé, y vale la pena resaltar, es que los que vinieron, con más razón todavía vinieron con la convicción de que estaban sosteniendo esta política.
—Bien, y a eso iba. La conducción tenía conocimiento de lo que pasaba internamente en la Argentina, por lo que vi de los informes —Silva no se cansa. Lo frenan la fiscal y el juez, pero vuelve a la carga.
—¿Qué grado de conocimiento tenían del riesgo las personas que reingresaban a la Argentina?
—Perdón, Sr. presidente, me voy a oponer a la pregunta. El testigo mencionó que cada una de las personas que formó parte de la contraofensiva asumía el riesgo —interviene la fiscal Sosti.
—Es cierto, lo dijo, yo quería saber cuál era el conocimiento de ese riesgo, si era un conocimiento efectivo o era un conocimiento potencial —interrumpe Silva, ya en diálogo directo con Sosti.
—El conocimiento del riesgo habría que preguntárselo a las personas que tomaron ese riesgo y lamentablemente están desaparecidas —punto para la fiscal.
—Sí, pero ese riesgo viene por una orden —redobla Silva.
—Me parece que no corresponde. Me opongo formalmente a la pregunta —agrega la fiscal, justo antes de que el juez termine el asunto.
—El señor en ningún momento habló de orden, habló de convocatoria, con lo cual habría que preguntarle a cada uno cuál fue el riesgo —punto final de parte de Rodríguez Eggers.
Todo este tramo de preguntas en torno de Montoneros y sus decisiones, encarna en realidad uno de los puntos clave de este juicio, que todavía se plantea en tono de duda y que el tribunal deberá definir pronto ¿Habrá espacio para levantar la teoría de los dos demonios, focalizando en si estuvo bien o mal la decisión de Montoneros? La pregunta no sería siquiera admisible en otro tipo de delitos ¿Sería posible en un juicio por un femicidio preguntar acerca de si la mujer conocía la peligrosidad de estar con un violento? El TOF 4 de San Martín, que viene de condenar en la causa de la represión de La Tablada -una acción incluso más demonizada que la Contraofensiva de Montoneros por haber ocurrido en período democrático- parece tener una posición clara en este sentido: aquí no se juzgan las decisiones de Montoneros, sino la represión despiadada que sufrieron sus militantes. Pero los defensores han expuesto ya cuál es su estrategia: levantar la teoría de los dos demonios. Y suena difícil pensar que vayan a cambiarla. Salvo que el tribunal les impida tomar ese rumbo.
Hernán Corigliano, defensor de Norberto Apa, uno de los dos imputados que ya tienen condena. (Foto: Luis Angió) |
—Siguiendo el relato del defensor oficial, la organización respecto de Galimberti y Gelman y la gente que decidió apartarse a partir de la decisión de la contraofensiva, ¿la organización Montoneros tomó alguna medida respecto de ellos? —interviene el defensor de Apa, Hernán Patricio Corigliano. Desde su muñeca izquierda destella un reloj grande y dorado.
—Medida con efectos prácticos, ninguna —responde el testigo.
—Con efectos no prácticos, ¿tuvieron alguna condena por parte de Montoneros?
—Sí, por supuesto. No recuerdo exactamente... —plantea Perdía, a esa altura notoriamente cansado. Ya pasaron casi dos horas y media de testimonio.
—Perdón, no se están ventilando aquí las decisiones de Montoneros. Una cosa es plantear un contexto histórico y otro cuestionar las medidas tomadas por Montoneros hacia el interior —indica Sosti.
—La pregunta, ¿tiene algún contenido con respecto al objeto procesal? —consulta el presidente del tribunal.
—Por supuesto. Estamos debatiendo una causa sobre la Contraofensiva de Montoneros. Por eso estoy preguntando si con quienes se opusieron la organización tomó alguna medida —remarca Corigliano, pelo engominado, raya prolija al costado.
—¿Me podría explicar que sería un efecto no práctico? —pregunta, con una sonrisa irónica en su rostro, Rodríguez Eggers.
—Que fueron condenados a muerte Señor —suelta el defensor de Apa.
Allí se desata un murmullo generalizado, que mezcla risas con muestras de indignación. Entre ellas, el juez rechaza la pregunta por no enfocar en el objeto procesal, que es "el aparato de inteligencia que operó en Campo de Mayo", señala.
Desde ahí, vuelta para atrás en el tiempo. Le preguntan cómo se integró a la organización. Está cerca el final. El testimonio de Roberto Cirilo Perdía expuso las cartas de todas las partes. Le anuncian que no hay más preguntas. Son las 13:55. Perdía sale de la sala. Su pelo canoso, frondoso por detrás, tiene tintes de amarillo, como el papel de las publicaciones que vuelve a guardar en la carpeta. Afuera, militantes de diferentes edades le piden sacarse fotos. Dialoga con El Diario del Juicio. Detrás de él, asoman las fotos de los y las compañeras que no están. Se detiene un momento para verlas, y vuelve para resumir, en dos minutos de video, lo que dijo en tres horas.
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores/as y fotógrafas independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com
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