jueves, 26 de septiembre de 2019



Silvia Canal dio testimonio acerca de Carlos Marcón, un militante de las Ligas Agrarias de quien fue pareja durante el exilio. Marcón desapareció al regresar al país para salvar a dos militantes. Susana Machi y Nora Patrich trajeron a la sala la historia de Alcira Machi, hermana de Susana y cuñada de Nora. Desde sus sensibilidades de mujeres, consiguieron que una jornada corta tuviera alta calidad emocional. (Por  Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)  

Colaboración especial: Valentina Maccarone
Edición: Martina Noailles
Foto de portada: Susana Machi y Nora Patrich al final de una jornada en la que Alcira Machi estuvo presente. (Julieta Colomer/DDJ)

“Quiero que se haga justicia por los compañeros muertos o desaparecidos”, dice Silvia Alicia Guadalupe Canal apenas después de prometer decir la verdad. De su cuello se sostiene una foto que cae y se amarra fuerte en su piel. Es el rostro de Carlos Marcón, uno de los militantes que fueron víctimas de la represión a la Contraofensiva.
“Yo a Carlos lo conocí a principios del año `80 en España donde circunstancialmente había viajado dos meses antes con mi papá. Yo vivía en México y estaba exiliada desde el año `76. Había estado presa y fui opcionada a México”. Canal cuenta que luego se quedó sola en Madrid y allí conoció a un grupo de compañeros/as, entre ellos algunos que formaban parte de las Ligas Agrarias. “A principio del ‘80, en un partido de fútbol, una mateada, conozco a muchos compañeros que eran de las Ligas Agrarias. Yo militaba en la JUP de Ciencias Económicas de Santa Fe. Lo conocí a Carlos y a dos compañeros más que estaban siempre con él, con los sobrenombres de Pato y Ernesto. Después de muchos años, por otra causa, me enteré porque me hicieron reconocer sus rostros, de que eran Hugo Vocouber y Luis Fleitas. Carlos no tenía pareja en ese momento, Pato y Ernesto sí tenían, pero en ese momento no estaban en España con ellos. Entonces hicimos un grupo donde salíamos siempre juntos. Ellos venían al departamento donde yo vivía”.
Marcón es uno de los integrantes de las Ligas que pudieron salir del país luego de estar ocultos por años en el monte. Canal y Marcón se engancharon. “Al poco tiempo yo inicio una relación de pareja con Carlos y él se viene a vivir al departamento donde yo vivía, que estaba cerca de la Puerta del Sol. Estuvimos unos meses viviendo ahí y alrededor del mes de abril él me comenta que tiene que viajar a la Argentina para tratar de darles dinero y documentos a dos compañeras que estaban en una situación muy vulnerable de seguridad, para que pudieran salir del país. Nunca le pregunté quiénes eran”, relata.

Silvia tiene el pelo blanco prolijamente recortado. Algunos mechones negros resisten todavía. Un tapado rojo y larguísimo invade sus piernas. Desde atrás, se adivina un cuello de polera negro. No tarda demasiado en ir al punto dramático, el del regreso al país de Carlos, el de su secuestro y desaparición. “Tenía que venir a traer eso sólo, era una cuestión puntual, no iba a tardar más de un mes, un mes y medio. De hecho yo lo ayudé a esconder en una agenda de cuero unos documentos y plata que él traía. Con eso vino para estas dos mujeres que tenían que salir”. Cuenta que Marcón pasó por San Pablo. Puede precisar las fechas. Las cartas, otra vez las cartas como testimonio certero e inalterable. “El 1 de mayo (estaba en San Pablo), porque tengo acá algo que les quiero mostrar, él me manda un telegrama. Él me iba a avisar qué día iba a entrar al país. Ese mismo día mandó una carta aparte de esto, diciendo que mandaba un telegrama. Me la mandó a mí. Entonces yo sabía que el 4 de mayo, este telegrama yo se los había mostrado a Pato y Ernesto, y era como que las noticias que yo tenía de él se las contaba. Luego él me escribió dos cartas más. Una fue el día 12 de mayo. Me contaba cómo había sido el ingreso al país, pero no me decía por dónde había entrado, yo nunca supe. Me contó que en la frontera no le habían revisado ningún bolso, había pasado tranquilo y que había tomado un micro. Y que todo el viaje se había desarrollado normalmente hasta que llegó a la altura de Campana, como a las 6 am decía, y que había un operativo policial con gente de civil, tres Falcon que estaban deteniendo a los micros que vienen del exterior. Hacían bajar a los de entre 15 y 40 años, los hacían formar en fila, y con las luces de los autos los alumbraban y les revisaban los documentos hoja por hoja. Dijo que se habían presentado como si fueran de migraciones. Gente de civil y policías. No sé si dije que decía que había una fila como con cinco micros”, revisa Canal, con miedo de olvidarse de algo, con la responsabilidad que siente cada testigo de no olvidar ningún dato, mucho menos algún nombre.

Silvia Canal frente al tribunal (Foto: Luz Deñisoff/DDJ)


La caída

Silvia advierte que Carlos siempre trató de darle tranquilidad, pero un día llegó la noticia posible, la más temida. “Él siempre me tranquilizó diciéndome que no iba a pasar nada porque iba a poder volver. El 3 de junio mandó la última carta. Esta carta yo la recibí después de enterarme que a él lo habían detenido y que estaba desaparecido porque él mandó esa carta que también decía Argentina el 3 de junio”. Antes de recibir la carta, Canal supo de su secuestro a través de Vocouber y Fleitas. “Pato y Ernesto me vinieron a decir que él había hecho una cita en Río de Janeiro con las dos compañeras que venía a buscar y que las compañeras estaban a salvo en Río, que habían ido a la cita dos días seguidos (no sé qué días eran) y que Carlos no se había presentado y temían lo peor”. Lo peor era, otra vez, lo posible.

—¿Supiste si Pato y Ernesto volvieron a la Argentina? —consulta la fiscal Sosti ya cerca del final del testimonio.
—Después me enteré de que habían caído por el paso de Mendoza. Porque yo no sabía nada de esto. Yo trabajo en la Procuración General y un día hablando con el fiscal que estaba en esta causa me contó que estaba en la causa de las Ligas Agrarias. Yo le referí que había tenido un compañero que estaba ahí. Hablando de eso, ahí terminé declarando por el reconocimiento de ellos. El fiscal es Diego Vigay.

La referencia es al juicio por los asesinatos de otros integrantes de las Ligas Agrarias, que culminó hace un par de meses.
En su final de testimonio, Silvia dice que no pasaron mucho tiempo juntos con Carlos. Más allá de su actitud tranquilizadora, también le dejó un sobre por si no regresaba. “Él me había dicho que si no volvía me había dejado este sobre con esto adentro. Lo que él me dejó eran los datos del padre, su nombre verdadero y un teléfono del padre. Yo la verdad nunca pude llamar a este número... Y dos fotos de él. Esta foto es de nosotros en España”, muestra con dolor, regresando a aquella historia corta pero intensa. Le queda la chance de unas últimas palabras. Ella retorna al principio. “Que por favor se haga justicia por todos los compañeros muertos y desaparecidos”, vuelve a sentenciar.

***

La mañana confunde con un calor inesperado. Son las 10 y un mate entre el público se paga con una sonrisa. Para quienes piensan el juicio, lo esperan cada semana desde el férreo grupo de familiares y sobrevivientes, el testimonio de Susana Machi está entre los esperados. Machi despierta cariño. Su cuerpo flaquísimo resulta abrazable. Mientras unos anteojos tan delgados como ella se montan en su nariz, habla de su hermana, con amor, desde el comienzo. “Nosotros fuimos siempre tres hermanos. Alci, a mí me sale llamarla así, y un hermano menor un año más chico que yo. Siempre fuimos muy unidos, compartimos todo. Amigos, vacaciones. Los tres estudiamos arquitectura, comenzamos nuestra militancia en la facultad. Al ir creciendo, formando nuestras parejas, también estuvimos todos muy integrados”, dice con algo de nostalgia. Sigue un largo rato hablando de los encuentros familiares, que también, tratándose de ese grupo de estudiantes militantes, eran políticas. “Nosotros durante muchísimos años nos reunimos todas las semanas en la casa de nuestros padres con nuestras parejas. Crecimos en medio de dictaduras, nos interesaba la política, qué pasaba en el mundo y en nuestro país y esas charlas se dieron a lo largo de muchos años. Fueron años muy intensos, pero también con alegría, porque estábamos militando para hacer cambios para todos. Alci estudio el magisterio, después se recibió de arquitecta, trabajó como docente en la UBA, militó también en la agrupación docente”, enumera. Pero antes del comienzo de la dictadura, el horror ya golpeaba las puertas de la familia. “A mediados del ‘75 la detienen y la condenan a tres años de prisión. Ya en dictadura, el 8 de mayo del ‘76 asesinan a su marido, Rodolfo Carlos Durante. Él era arquitecto, fue docente en la UBA, en La Plata y en Mar del Plata. Él estaba trabajando como obrero en una fábrica, en el Gran Buenos Aires. A su papá lo llama por teléfono la policía para decirle que habían encontrado su cuerpo tirado en una zanja al lado de la General Paz. Tenía una herida de bala en el cráneo”. No fue un año pleno de vida, como para muchas otras familias. “El 2 de noviembre del ‘76 asesinan a mi marido que era José Augusto Cipriano Albisu en Córdoba capital, era el padre de mis tres hijos, militante de JUP. Trabajó en la JTP y Montoneros”. La secuencia de muertes parece interminable. “El 1 de marzo del ‘77 asesinan a Horacio Roberto Machi, nuestro hermano, en Rosario. Era militante de JUP. Su esposa y sus hijitos, estaba con ellos. El 18 de mayo del ‘77 asesinan en Capital a Juan José María Ascone, que era el compañero de Alci cuando a ella la detienen. Era periodista, había trabajado en Primera Plana, La Opinión, en una revista partidaria, Descamisados, en el bloque de prensa peronista y fue montonero. Meses después, el 31 de agosto del ‘77, asesinan a un hermano menor de mi marido, tenía 21 años, Hernán Antonio Albisu, en Capital”. La lista de familiares parece no terminar nunca. Hay un respiro en la familia, en el año ‘78, cuando Alcira sale en libertad. “Alci cumple su condena. Pasa por Brasil y nos encontramos en el exilio en Madrid. Conoce a mi tercer hijo, se reencuentra con nuestra cuñada Nora (Patrich, que dará testimonio minutos después) y conoce a su segunda hija. Vino a vivir conmigo y mis hijos”, reconstruye Susana.
Con un hilo de voz apenas audible, pero que alcanza para escuchar su relato familiar y militante, Susana recupera el momento del reencuentro en Madrid, que no fue tan duradero porque Alcira se sumaría a la Contraofensiva. “Nosotros nos reencontramos en Madrid a mediados de octubre del ‘78. Unos meses después, se lanza la Contraofensiva en Madrid y ella me dice que quiere unirse, que quiere venir y seguir resistiendo. Estaba decidida y era lo que realmente quería hacer. Nos separamos en Madrid, ya no la vuelvo a ver. No recuerdo los meses, traje una postal que me dio la pauta de cuando ya no estaba conmigo. Ella me la manda desde Buenos Aires, en el mes de septiembre del ‘79. Alcira sería secuestrada. Susana se enteró en su exilio. “A fines del ‘80 yo estaba residiendo en México con mis hijos, y compañeros me dicen que Arci está en el país en el marco de la Contraofensiva y la secuestran. Me contacto con mis padres para que pongan el recurso del habeas corpus. Lo hacen y dio resultado negativo”.
Allí comienza la tarea de reconstruir los últimos pasos. “Años después en el país, hago las denuncias en todos los organismos. Hay una amiga nuestra, militante y arquitecta, compañera de la facultad, Silvia Alberti. Cuando yo vuelvo y me encuentro con ella, me dice que la había visto una vez a mi hermana. Se nota que Alci se conectó con ella pero tampoco se acordaba cuándo había sido. Cuando Alci ya estaba en el país, le da un pullover que yo le había regalado en España, para que me lo de a mí cuando me vuelva a ver”.

Susana Machi responde a las preguntas de la fiscal Gabriela Sosti. (Foto: Julieta Colomer/DDJ)


Alcira en la ESMA

En los centros clandestinos de detención, tortura y extermino, apenas segundos de cruces entre personas secuestradas han aliviado a miles de familias, que han podido saber, al menos, por qué lugar pasaron sus familiares. La memoria de cada una de las personas sobrevivientes ha sido crucial para cada reconstrucción. Algunas memorias son privilegiadas. Otra vez aparece en este juicio el nombre de Víctor Basterra, sobreviviente de la ESMA, que tras unos segundos de encuentro con Alcira, pudo dar luego esa información a quienes más la necesitaban. “Cuando voy a dejar mi ADN con el Equipo Argentino de Antropología Forense, también le dejo fotos de Alci, y muy poco tiempo después me llamaron porque habían encontrado a alguien que la había reconocido. Era Víctor Basterra, un compañero que ha declarado en juicios de lesa humanidad. Yo me reúno con él por medio del equipo de antropología y él me cuenta que la ve estando detenido en la ESMA. Yo le pregunté en qué época, él no recordaba bien. A él lo tenían trabajando, en una sección que es documentación y muy cerquita había un cuarto cerrado. Un día se dio cuenta de que tenían a alguien detenido y les pide permiso para llevar una comida, no me acuerdo qué me dijo, y se lo permiten. Fueron unos segundos, pero ella le alcanza a decir quién era, que había estado en Campo de Mayo y que había visto a 40 o 50 compañeros secuestrados, que había reconocido a Petrus. Víctor me dijo que no sabía quién era en ese momento. Era el compañero Horacio Campiglia. Fue eso, fueron segundos, todo lo que pudieron hablar”.

—Vos mencionaste a Nora Patrich, ¿ella tuvo contacto con Alcira? —consulta Sosti.
—Sí, mientras Alci estuvo con nosotros nos veíamos siempre.

Patrich aguarda en la sala de espera del tribunal. Pero Machi tiene algo para decir todavía. Su voz delgada se vuelve a oír. “Yo quiero decir que me siento orgullosa de la familia que tuve. De todos y cada uno de ellos. Los perdimos en lo que fue la individualidad de cada uno pero también en su potencialidad. Los perdimos todos, lo perdieron ustedes. Como perdimos a todos los compañeros de esta causa. Nuestro pueblo perdió a 30.000 compañeros”. Se levanta, camina unos pasos entre abrazos, y se desploma en una de las silla de la última fila, respaldándose no sólo en el asiento, como si necesitara la pared para sostenerse. Ha dejado todo en el testimonio. Y se le nota en su rostro húmedo, mezcla de lágrimas propias y besos de sus compañeras.

Todo eso junto, en una

Entera de negro está Nora Patrich. Camina despacio, con la compañía de un bastón. Llega a la silla. Apoya sus papeles. Unas cuantas fotos, sabremos después. Al igual que Susana hace instantes, parte de su historia familiar para saltar luego a la militancia. “Yo vengo de una familia judía. Mi abuela sobrevivió a los pogrom en Rusia, donde venían a matar a los judíos a sablazos en la calle. Se vino con mi abuelo que estaba en el ejército austriaco a la Argentina. Y quedaron en Rusia familiares que terminaron en la Segunda Guerra Mundial, que terminaron muriendo bebés en los campos de concentración nazi. O sea, yo vengo escuchando de lo que es justicia, no permitir que existan campos de concentración, de torturas a seres humanos, desde que soy chiquita”. Caracteriza a su familia como “burguesa cómoda”. Esa condición social la hizo viajar durante su infancia. “Viví por todas partes del mundo desde muy chiquita, pero una cosa me acompañó siempre, que es entender la importancia de que todo ser humano tiene derecho a tener una vida digna”.
Patrich es artista plástica, y así se reconoce. Sin embargo, desde lo social, rumbeó primero hacia la arquitectura. Allí conoció a Horacio Machi, que sería su pareja. “Yo soy artista plástica pero me fui por el lado de la arquitectura porque pensé que era una buena manera de resolver la situación de vivienda, hacer casas populares. En la Facultad de Arquitectura lo conozco a Horacio Machi, el hermano menor de Alcira. Conozco a su familia y comprendí que tenía mucho en común con ellos, en algunas cosas más que con mi propia familia, que me habían inculcado esa importancia de que no tienen que existir los campos de concentración, pero que tenía que ver más con lo religioso, y yo quizás me fui alejando de la creencia de Dios y acercando a la idea de que el ser humano tenía que ayudar un poco a Dios para cambiar la realidad. Me maravillé de la comunión con todos ellos. De los tres hermanos, con sus parejas, de las charlas que teníamos en las horas de los almuerzos, nos juntábamos tres veces por semana a almorzar y una a cenar”. En coincidencia con la testigo anterior, ahora Patrich es la que se refiere a ese grupo familiar en todos los sentidos posibles. Tan familiar, que le cuesta definir a Alcira con una etiqueta social. “Mi cuñada no era solamente mi cuñada. Yo no perdí una cuñada, tampoco una hermana o una compañera. Perdí todo eso junto en una. Perdí una referente en mi vida. Justamente porque la consideraba como un ser humano que tenia altos valores de vida y que estaba dispuesta a sacrificar lo suyo, a tener menos para que otros tengan un poquito más e igualar la escala para que todos tengan”, define.
Patrich da cuenta de que cuando se fusionan FAR y Montoneros, pasa de la Facultad de Arquitectura a una Unidad Básica en Abasto. “Ahí me encuentro con Pato Zucker”, dice, y señala que su padre y el actor Marcos Zucker eran amigos, por lo que Nora y Pato se conocían desde pequeños. Zucker es parte de uno de los grupos de la Contraofensiva que fueron secuestrados.
Patrick revuelve en la bolsa y toma algo con sus manos. “Esto es uno de los bordados que ella hizo con hilo de toalla cuando estaba presa. Las madres entraban pullovers y ellas adentro lo destejían y hacían otra cosa. Me habían hecho una manta. Tenían ese sentido de comunidad que cuando había un bebé lo cuidaban entre todas. Esto ayuda a entender nuestro concepto de humanidad”. Deshacer los hilos de este mundo para tejer uno nuevo quizá fuera la consigna, más o menos consciente.

El exilio y la guardería

“El 1 de marzo lo asesinan a Horacio. Me exilié a Israel”, dice en referencia a su compañero. En el ‘78 me voy de Israel a España. Ahí me encuentro con mi cuñada Susú y con muchos compañeros que se habían ido al exilio. También me reencontré con el Pato y al tiempo conozco a Marta Libenson, que era su pareja, y a su hija.
Está Marta con la nena, con la Pitoca. Ahí está Susú, ahí estoy yo”, dice mientras muestra una foto de Madrid. Ve la foto, pero los está viendo a ellos.
Ya en pareja con Hugo Fucek, Nora parte a su destino en la Contraofensiva: la Guardería de La Habana. “El 26 de febrero del ‘80 salimos para Cuba, Hugo con mis dos hijos, y además la Pitoca -la hija de Marta Libenson y Marquitos Zucker- y Victoria (Guangiroli, la hija de Mariana). Ellos se volvían a la Argentina, fue un tema bastante charlado con ellos porque estaba esa relación de amistad. lo charlamos mucho porque sabían la situación pero valiente es aquel que tiene miedo y lo sabe controlar para poder hacer lo que considera que es importante; y ellos estaban convencidos de hacer algo para que deje de suceder lo que pasaba acá”.
Acerca de su rol en la guardería, o de la guardería en sí, duda pero parece acertar. “No sé qué tan conscientes éramos de que había chicos desaparecidos, pero el sentido de la guardería era preservarlos”. La fiscal Sosti quiere profundizar allí:

—¿Ese era el sentido de la guardería?
—Sí, preservar a los chicos de la manera más sana posible. Su integridad en un ambiente seguro y donde tuvieran estabilidad. Había psicólogos, médicos. Sobre todo había mucho amor, porque para nosotros eran parte de la familia. Sigue habiendo esa situación de unión y fraternidad. Yo no sé qué palabras usar para que el que nunca militó entienda —se pregunta.

Internarse en la guardería es cruzar el ámbito de felicidad de las niñas y niños, con las desapariciones de sus padres. “Juliana (María Inés Raverta), me da una carta para que le entregue a las hijas si algo le pasaba: Fernanda Raverta y Anita Montoto (Raverta). Esa carta queda conmigo muchísimos años porque yo no me enteré qué le había pasado y recién hace diez años se las di. Me costó ubicarlas. Yo la conocía como Juliana, me costó armar la cosa para entregarlas a las chicas”.
Nora vuelve a Alcira. “El 28 de abril del ‘80 me llega una carta de Alcira desde Argentina. Teníamos una dirección donde nos podían escribir en México y una compañera traía las cartas (a Cuba). A Alcira la última vez que la veo es en España. Me dice que va a regresar a la Argentina. Yo tenia entendido que iba a hacer propaganda”, infiere.

Nora Patrich identifica en la foto parte de una familia un poco de sangre, otro poco de militancia. (Foto: Julieta Colomer/DDJ)

La caída de Alcira

Nora sigue hurgando en sus recuerdos. Allí, amontonado con otros, aparece ni más ni menos que el momento de la caída de Machi. “En México me reencuentro con Susi y nos enteramos de que algo pasa con Alcira. En un momento me llega una carta con la letra de ella pero que se nota que no es ella escribiendo. La conocía profundamente, como ella me conocía a mí. Me dí cuenta enseguida de que no eran palabras de ella. No era su manera de escribir ni de hablarme a mí. Decía que se iba a tomar un descanso, que no la buscáramos. Tiempo después, me entero de que esas cartas eran típicas de compañeros que habían estado detenidos-desaparecidos en Campo de Mayo. Para mí era una referente y que de repente, pum, que dejara la militancia y que no le importara nada, no podía ser que desapareciera todo de repente por arte de magia”. Nora no tiene ninguna duda. Cierra, dolorida -aunque presuma entereza- leyendo cartas y mostrando fotos. Ni bien termine, estallará en un llanto acongojado al hombro de alguna compañera. No es cualquiera, es Susana. Alcira Machi, desde ningún lugar, ayuda a que se aprieten fuerte.



*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

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