María Lidia Carrasco trabajaba en la Brigada Femenina de San Martín en el ’79. Su testimonio fue breve y plagado de olvidos que ponen en evidencia, más que nunca, la naturaleza caprichosa de la memoria. (Por El Diario del Juicio*)
✍️ Texto 👉 Fabiana Montenegro
💻 Edición 👉 Martina Noailles/Fernando Tebele
📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com
💻 Edición 👉 Martina Noailles/Fernando Tebele
📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio
El diccionario define a la memoria como la “capacidad, mayor o menor, para recordar” (Moliner 1998) (recordar: retener cosas en la mente). Este ejercicio de recordar y olvidar es singular y selectivo, según se pudo comprobar en varios testimonios. Carrasco recordará con precisión el color de pelo de sus jefas de entonces: la oficial principal Riglos, castaño oscuro; la comisario Selva Ruth Cisneros Aráoz, cabello teñido caoba. Pero tendrá dificultades para afirmar si entregó, junto con otros compañeros, a tres niñas menores a sus abuelos. Se trata de las hijas de Regino González, secuestrado con toda su familia. O, como insistirá más adelante Pablo Llonto, si intervino en un episodio en el que hubo periodistas. Carrasco se disculpará en cada ocasión:
—Lamento no poder recordarlo, hice tantas diligencias para pagar el derecho de piso.
Mariana González declaró como testigo en la audiencia número 12 de este juicio. En su testimonio aseguró haber estado en la Brigada Femenina de San Martín, junto a sus dos hermanas, entre el 13 y el 21 de septiembre de 1979. Ese día, las tres fueron llevadas a la casa de sus abuelos en Wilde.
***
Durante el año que estuvo en la Brigada, antes de ir a hacer el curso de oficial a La Plata, Carrasco realizó funciones de cabo de guardia. De ese período, pudo aportar en su testimonio que allí se alojaban a mujeres y a niños y niñas antes de ir a Institutos de menores. Recordó “vagamente” que eran niños de 11 años y “quizá de menos edad”, luego de insistentes preguntas de la fiscal Sosti:
—Algunos estaban transitoriamente, los jueces ordenaban el alojamiento por poco tiempo cuando se los abandonaba, les hacían estudios médicos. Nosotros cumplíamos órdenes de los jueces de menores —repetirá la testigo como un latiguillo.
—¿Recuerda haber escuchado algo sobre la lucha contra la subversión? —pregunta Sosti.
—No entiendo la pregunta.
—¿Usted supo que la policía era una de las fuerzas abocadas a la lucha contra la subversión?
—Sí, se hablaba…
—¿Recuerda algún comentario?
—Era todo muy cerrado en jerarquías de mando, yo era una aspirante a agente y no tenía acceso. Había un Casino en las fuerzas de seguridad separado entre oficiales y suboficiales. Todo reservado.
Carrasco parece desconocer el rol que las estructuras policiales desempeñaron en el despliegue de la represión, su participación para liberar zonas y para prestar sus instalaciones como centros de reclusión ilegales o para el traslado de la víctima hacia otro centro. En este sentido, la Brigada Femenina de San Martín cumplió la siniestra función de ser un depósito momentáneo de niños y niñas cuyos padres y madres habían sido secuestrados. De hecho, algunos testigos describieron, en audiencias anteriores, su paso por un lugar que podría corresponderse con este establecimiento, por eso la fiscal Sosti insiste:
—¿Había un comedor dentro de la Brigada? ¿Usted accedió a la parte de la Brigada donde estaban alejados los menores? ¿Qué espacios físicos podían ocupar o transitar?
Luego de repetir cada pregunta como una alumna frente a un examen, Carrasco recordará que en la Brigada había un comedor, el Casino, la cocina, los calabozos de las internas y un patio. También que dentro del Casino había un televisor. Y agregará que “eran muy madrazas las compañeras”, en referencia a otras policías de la Brigada.
Más adelante, pronunciará una frase que queda inconclusa:
—Muchas veces íbamos a acompañar…
Con una actitud menos paciente que Sosti, a su turno, la jueza María Claudia Morgese Martín no dejará pasar el comentario:
—Usted habló de bebés abandonados en un cesto… incluso dijo “recuerdo haber acompañado”, ¿qué? —le deja la frase para completar.
—Nos mandaban de custodia a llevarlos ante el juez, a los médicos, al hospital para hacer los exámenes, íbamos a acompañarlos –responde Carrasco, y busca otra vez el desvío—. Yo hacía tareas diferentes… era ayudante de guardia, no recuerdo específicamente haber entregado menores. Había menores en las dependencias, recibíamos los oficios de los jueces. No puedo aportar demasiado porque era aspirante no era oficial de servicio.
—Mi pregunta es puntual –ajusta Morgese— ¿Usted vio algún oficio firmado por el juez?
—No los veía.
—¿Vio alguna vez una mujer amamantando un bebé en la Brigada?
Pese a haber hecho referencia a ese episodio en su declaración de octubre de 2009 donde manifestó que “era común ver a madres amamantando sus bebés” y reconocer su firma al pie, Carrasco dice:
—No recuerdo. Son muchos años.
Es sabido que la infinidad de rituales y hábitos que se incorporan en la vida diaria forman parte de un recordar automatizado; es el compromiso afectivo lo que transforma esos momentos cotidianos y los hace dignos de ser memorables en el tiempo, o de una amnesia (in) voluntaria.
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