miércoles, 6 de noviembre de 2019



El testimonio de Victoria del Monte se sumó al de las hijas e hijos que pasaron por la Guardería de La Habana. En su caso, la acción genocida le arrebató a su papá, Raúl del Monte, en 1976; y a su mamá Mariana Guangiroli y a su "segundo padre", Julio César Genoud, ya en el marco de la represión a la Contraofensiva, en 1980. Victoria vino especialmente desde Brasil junto a su abuelo, Hugo Guangiroli. Ambos participaron del juicio, una instancia que suele ser sanadora. Al día siguiente, dejaron en la Biblioteca Nacional las cartas que su madre le envió a su abuelo, y Victoria dejó su muestra de sangre en el EAAF, a la espera de encontrar el cuerpo de su madre, que permanece desaparecida. En esta crónica, compartimos su testimonio, desgarrador y emocionante a la vez. (Por El Diario del Juicio*) 

📝Texto 👉 Fernando Tebele 

Foto de Portada  👉 Victoria del Monte abrazada por Estela Ceresetto (en el centro) y Susana Brardinelli. Las dos la tuvieron a cargo cuando Victoria estuvo en la Guardería de La Habana. 

📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

💻 Edición  👉 Martina Noailles



A Victoria del Monte se le nota la tensión del momento en la rigidez de su rostro. Entra a la sala de audiencias con sus músculos faciales entumecidos. Se sienta y se quita un chaleco primaveral que apoya en el respaldo de la silla mientras jura que dirá la verdad.

-¿Tiene algún interés especial en la causa? -pregunta formalmente el presidente del tribunal, Rodríguez Eggers.
-Sí, claro -responde con seguridad-. Que se haga justicia y saber la verdad de lo que pasó con mi mamá.
-Buen día, ¿cómo estás? -le consulta para comenzar la fiscal Sosti.
-Un poco emocionada -asegura con la voz tambaleante.



Enseguida se presenta. Dice que es Victoria del Monte, y que está allí por su mamá, Lía Mariana Ercilia Guangiroli. En la jornada 19 de este juicio ya hubo dos testimonios sobre Mariana: el de su mamá, Lía Martínez, y el de su hermana Solana Guangiroli. Sin embargo, el testimonio de su hija Victoria y el que vendrá luego, en la voz de Hugo, su papá, encarnan una suerte de Lado B del mismo dolor. La desaparición de Mariana en el marco de la Contraofensiva, probablemente haya profundizado las distancias entre las dos partes de la familia: por un lado, la madre y el resto de los hijos e hijas permaneciendo en el país. Por otro, Hugo y la pequeña Victoria reconstruyendo sus vidas en Brasil. Nada diferente a los problemas de otras familias, pero a la vez es sencillo darse cuenta de que el genocidio los profundizó.

Son las diez y media cuando Victoria empieza a calmar su ansiedad, apenas rociada minutos antes con un café en el bar de la esquina, que suele ser lugar de previa para asistentes tempraneras/os. “Ella está desaparecida desde el 27 de febrero de 1980 por el accionar de las personas que están imputadas en esta causa. Fue llevada a Campo de Mayo. Eso lo supe por la declaración de Silvia Tolchinsky, en la que menciona que ella sabe que Julio César Genoud y su compañera, mi mamá, estaban secuestrados en Campo de Mayo", dice de movida y aclara: “Yo era muy chiquita. Nací en febrero de 1976. Pude reconstruir a través del relato de mi abuelo (me crié con él en Brasil) y luego con el relato de los compañeros de mi mamá a los que fui viendo a lo largo de mi vida. Ahí pude ir armando un rompecabezas sobre lo que sucedió. También están las fotos y las cartas de mi mamá. Y mis recuerdos. Con todo eso armé esta historia”.

El primer papá

“Cuando yo nací ella tenía 17 años recién cumplidos. Mi papá se llamaba Raúl Héctor del Monte. Lo conocían como ‘El Pájaro’. Ellos eran de Mar del Plata, yo nací ahí. Mi papá desaparece en diciembre del '76. Todos creían que lo habían asesinado porque fue lo que se dio a conocer en el Diario El Atlántico en una nota en la que decían eso. Yo supe, por un compañero que me contó, que mi papá estuvo en La Cueva. En el juicio (en Mar del Plata), un testigo narró haber estado con él ahí...". Se produce un largo silencio, que se interrumpe sólo por los esfuerzos por manejar la congoja. Le preguntan si quiere parar. “No, no. Todo bien. Voy a llorar, es natural… Muchas gracias”, dice. El momento del ahogo en la angustia es un anticipo de aquello que Victoria tiene como señal solidaria de su padre con ausencia forzada. Si nadie quisiera estar en los zapatos de una persona secuestrada y torturada, siempre puede ver alguna excepción. “Un testigo narró haber estado con él en La Cueva. Yo siempre supe que mi papá era una muy buena persona y solidaria, porque todo el mundo me lo decía. El testigo contó que tenía mucho frío y no tenía zapatos, y mi papá se sacó sus zapatos y se los dio. Él sobrevivió y dice que tiene los zapatos guardados. Ese gesto de solidaridad retrata cómo eran mis padres y por qué hicieron todo lo que hicieron. Querían un mundo mejor para todos”.

Victoria tiene sobre la mesa un papel con apuntes manuscritos. Fija su vista allí. Parece que lee, pero en realidad busca seguridad en ese punteo que hizo anoche, cuando entendió definitivamente que le iba a costar dormir. Cuenta que su abuelo se fue a vivir a Brasil, advertido por “Pájaro” del peligro. Ella se quedó con su madre, que también decidió salir del país, pero ya cuando ocurrió el secuestro de del Monte. Se fueron a México.

El segundo papá

Con cierto desorden, Victoria salta en el tiempo para abrazar la felicidad de su madre cuando se casó con Julio César Genoud en España. "Fue en julio del '79. Cuenta mi abuelo que mi mamá le escribió avisándole que se iban a casar y él viajó a España. Yo tengo recuerdos, imágenes, de haber estado con mi abuelo en España. Mi mamá estaba muy contenta. En las cartas a mi abuelo cuenta cómo le costó superar lo de mi papá y sobre su proceso para abrirse a formar una nueva pareja. En las cartas está siempre ese tema de 'ya va a pasar el luto', y con Julio César eran amigos de la infancia. Él fue una persona muy importante en mi vida". Victoria vuelve a desarmarse. Esta vez no es por su madre, ni por su padre biológico, sino por Genoud. "Fue mi segundo papá. O sea, no sólo me mataron a mis dos padres, también me mataron a Julio César, que fue mi segundo papá". Su llanto es sonoro, pero no tapa a las palabras justas. "Mi abuelo me contaba de ellos y yo siempre pensaba: 'qué hubiera sido si ellos estuvieran acá'". También recuerda entres sollozos a la madre de Genoud. “Ella murió de cáncer. Fue como perder a una abuela. Tuvo cáncer porque no pudo superar ese dolor”.

Cuando se recompone, repasa que en España, durante un viaje de Genoud, se quedaron viviendo en Torrelodones junto a Adela Segarra. De esa época recuerda que había muchos niños y niñas, y lo que fue “mi única experiencia con la nieve. Un día que nevó y salimos todos los chicos a jugar con la nieve”. Eso fue en la navidad de 1979. A través de Segarra sabe que hubo una guardería en Galapadar, en la que se quedaron cuando sus padres y madres fueron al Líbano para el entrenamiento. “Cuando volvieron, yo me fui a vivir con mi mamá y Julio César. Tengo recuerdos y fotos hermosas de esa época. Estábamos los tres juntos. Éramos una familia. Estaba todo bien. Tenía 3 años”. A Adela no volvería a verla hasta 1994, 15 años después.


La guardería

Hasta el momento, cada uno de los hijos e hijas que pasaron por la Guardería de La Habana, han marcado en sus testimonios recuerdos felices de aquel tiempo. No parece ser poca cosa, si se tiene en cuenta que ese fue el momento de sus vidas en el que su mamá, su papá, o ambos, no regresaron. Puede suponerse que habrá habido instancias de enojos y desenojos con las figuras de padre y madre, pero la Guardería permanece siempre a salvo en sus recuerdos y también en las exposiciones públicas.
Victoria pasó por allí, y no es la excepción. "Mi madre me deja con Nora Patrich, que me lleva a la guardería junto con sus hijos y Hugo Fucek. Llegamos el 26 de febrero de 1980. En Cuba ya tengo más recuerdos, que no tienen esa plenitud que contaba antes. Yo estaba como esperando a mi mamá. Sin embargo, recuerdo a las compañeras de mi mamá que me cuidaban". Llora de nuevo mientras las nombra: "Susana (Brardinelli), Estela Cereseto, estaban muy presentes. Con Estela tuve un vínculo muy fuerte, era mi referente. Cuando ella estaba, estaba todo bien. Me acuerdo mucho de ella como una persona muy amorosa". En la primera fila, ambas mujeres, sentadas una al lado de la otra como en cada jornada, deslizan la misma mueca: una sonrisa que convive con la humedad de sus ojos. "Era un ambiente de mucho amor, en un momento de mucha angustia para mí". Entre sus recuerdos, rescata: “Yo era una niña muy solitaria. La recuerdo a Virginia, la tengo muy presente”, destaca en referencia a Croatto, otras de aquellas niñas, que hace algunos años llevó la historia de la guardería al cine.

El abuelo

"Mi abuelo dejó todo en Brasil para ir a buscarme en marzo de 1980, y se hizo cargo de mí desde ese momento", dice del Monte cuando comienza a recorrer la etapa de su crianza tras las desapariciones de Mariana y Julio César. "Yo le debo todo a mi abuelo, porque él me crió y me dio todo. Le debo mi vida, le debo todo a él", repite sacando a relucir tal vez aquella misma angustia de la pequeña de 3 años que esperaba por su mamá. Para ese instante, Hugo Guangiroli aguarda su turno en la sala de espera sin poder escuchar lo que su nieta dice de él. "Desde chiquita que pienso, ¿qué sería de mí si no fuera por mi abuelo? Él siempre me contó todo. Quería que supiera y tuviera memoria. Me hablaba de mis padres y me contaba todo lo maravillosos que ellos eran. Me hablaba de su solidaridad, del amor por la gente, por cómo ellos querían un mundo mejor, y que por eso tomaron las decisiones que tomaron pese a que para mí fue muy doloroso aceptar eso o entenderlo". Vuelve al papel cuando necesita fijar una fecha, pero levanta la mirada hacia los jueces si cuenta cosas que fue pensando durante décadas. No hay preguntas. Es sólo su relato crudo. "¿Por qué lo hicieron?, ¿por qué me dejaron? me preguntaba muchas veces. Los compañeros también me ayudaron mucho en esa reconstrucción. Y me explicaron que ellos tenían sus motivos. Y que querían un mundo feliz para todos, no sólo para mí, sino para todos los hijos. Los compañeros todavía están presentes en mi vida. Hay una gran solidaridad".

El espejo interior

A sus 18 años, Victoria decidió venirse a vivir sola a Argentina. Su abuelo permaneció en Brasil. "Me vine a vivir a Mar del Plata, donde vivían mis abuelas, porque quería recuperar mi historia, reencontrarme con ella. Si bien en Brasil estuve muy bien, tuve que venir acá para reencontrarme con mi historia. La primera persona con la que me reencontré fue con Adela Segarra. Nos invitó un día a cenar a mi abuela Lía, a mi tía Solana y a mí. Y me dijo que yo podía quedarme a vivir ahí con sus hijos. Me adoptó. Así, de la nada". Se emociona al recordar la actitud de Adela. Cuenta que le dijo: "con tu mamá teníamos un acuerdo de que si nos pasaba algo, nosotras queríamos que los compañeros criaran a nuestros hijos". E interpreta aquel mensaje: "ellos creían que con nuestros compañeros íbamos a estar mejor que con nuestros abuelos". Victoria aceptó la adopción y se quedó. Terminó la secundaria mientras iba -como dijera Miguel Abuelo- uniendo las partes rotas del gran espejo interior.
Vuelve su mirada al papel. "El 27 de febrero de 1980 es la fecha de la desaparición de mi mamá, de Julio César Genoud y de Verónica (Cabilla), la hija de Ana María Ávalos, que estaban juntos. Fueron secuestrados en Once, por el accionar de quienes están acá imputados, y yo quiero que se haga justicia". Apenas un día después de la llegada de Victoria en La Habana, su madres y su segundo padre fueron secuestrados en Argentina.

"Bueno", dice cada vez que está por largar algo fuerte. "Bueno", vuelve a anticipar antes de contar las secuelas que dejó el genocidio en su familia. "Todo esto nos ha dejado muchas secuelas. Mi familia quedó destrozada y nunca más se pudo recuperar. Se desmembró". Victoria está por sacar una foto entre sus papeles. "Yo tengo un hijo", dice mientras revuelve y la encuentra. "Tengo la foto de él acá". La para sobre el escritorio y la deja mirando a los jueces y la jueza. "Este es mi hijo. Se llama Tao del Monte. Conoce a sus abuelos por las fotos, y por las historias que estamos contando acá. Creo que esto es muy importante. Es una reparación para que él pueda el día de mañana tener orgullo de que estamos haciendo justicia".

Las cartas

El abogado querellante Pablo Llonto fue quien solicitó que Victoria y su abuelo Hugo Guangiroli pudieran venir desde Brasil para ser parte del juicio. Fue después de la declaración de Lía (la ex esposa de Hugo) y Solana (una de sus hijas). Victoria, de hecho, quizás emulando la capacidad de escritura de su madre, le envió una carta al tribunal solicitando declarar.


-¿Las cartas que recibió su abuelo, las tiene? -le consulta el juez Rodríguez Eggers.
-Las tiene mi abuelo. Las cuida como oro. Es lo único que le quedó de mi mamá. Apenas si pude pedirle una para leer acá. Antes quería decir que a mi hijo lo único que le va quedar es la historia que estamos contando. Y por eso estoy muy agradecida a los compañeros, que me ayudaron a reconstruir y también, a través de ellos, se hace presente esa chispa que tenían mis viejos. La solidaridad que ellos tienen conmigo hasta el día de hoy, que se preocupan por mí, me acompañan... es una cosa que quiero rescatar y agradecer. A modo de conclusión, lo único que tengo de mi madre son las cartas y las fotos. Acá tengo un fragmento en el que le habla de mí a mi abuelo. A mí me sirvió mucho de chica, porque es como un vacío que a una le queda, una mancha borrosa en la memoria a la que es difícil darle forma. Tengo muchos recuerdos, pero no de mi madre. Me queda ese pequeño relato en el que le habla sobre mí”.


Entonces lee: "Las fotos que seleccioné, no son expresiones casuales de Victoria. Traté de mandarte las fotos con las expresiones más comunes de ella. Muy serias cuando está investigando algo, en este caso un pucho o una florcita; o con esa sonrisa tan de ella y que lo dice todo. No sé de qué nuevos progresos de tu nieta te puedo hablar, porque todos los días sale con alguna nueva. Ahora está más alta y más estilizada que cuando le saqué las fotos". Y sigue leyendo cómo su madre la veía, con la voz en un vaivén inevitable. Le piden las fotos y esa carta para sumarlas como prueba en el juicio. Ella pide que la dejen ver el testimonio de su abuelo; le dicen que por supuesto. La aplauden todas las personas en la sala. Se pone de pie. Se abraza con una amiga, con Susana Brardineli y Estela Cereseto, sus tías de la guardería y de la vida. Ya no tiene aquel gesto duro con el que ingresó, el que le reconoció también su madre; tiene esa sonrisa tan de ella, que lo dice todo.


*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

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