👆 Foto de portada: La carta que Verónica Cabilla escribió sobre el contorno del pie de su hermanito Mariano. El dibujo lo hizo la última vez que se vieron. Luego escribió la carta, poco antes de su secuestro y desaparición. (Gentileza de Ana María Ávalos para El Diario del Juicio)
📝 Texto: Fabiana Montenegro
📷 Fotos: Gustavo Molfino
💻 Edición: Martina Noailles/Fernando Tebele
El 29 de octubre, Verónica Cabilla cumpliría 56 años. Qué hubiese sido de esa jovencita de largos cabellos lacios y ojos vivaces y sonrisa luminosa que hoy nos interpela desde una fotografía. Qué hubiera sido de esa jovencita que aprendió a hacer volantes antes que a escribir composiciones en el colegio y que, siendo una adolescente, tomó la decisión de participar de la Contraofensiva montonera, poniéndole el cuerpo a los ideales de toda una generación. Qué hubiese sido si la dictadura no hubiera truncado su vida cuando tenía apenas 16 años.
Nunca sabremos qué hubiera sido si hubiera podido ser. Lo que sí sabemos, a través del extenso testimonio de su madre, Ana María Ávalos, es que “la vida de Verónica trascendió y hoy pertenece a la historia argentina. Hoy camina no sólo al lado de su familia sino al lado de muchos compañeros que han levantado su nombre como bandera”.
“Su vida –resume su madre, condensa, como si pudiera, con una palabra o un gesto- fue un testimonio gigante de coraje, generosidad y entrega. Un símbolo de inmensa humanidad y, por sobre todas las cosas, de profunda libertad. Esto es, sin lugar a dudas, lo más importante que puedo decir de mi hija: que fue inmensamente libre”.
Ávalos en pleno testimonio aportando todos los datos que fue recopilando. Gustavo Molfino/El Diario del Juicio |
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Verónica Cabilla creció rodeada de “compañeros inolvidables y con larga trayectoria de militancia revolucionaria, como Domingo Maggio, Sordo de Gregorio, Adriana Lesgart, la gorda Amalia de La Plata, Pablo Cristiano, el Monra, Alejandro de finanzas y muchos otros”, enumera su madre. Era heredera de una generación de lucha. Su padre, Francisco Cabilla, y Ana María comenzaron su militancia en el Movimiento Nacional Peronista, formaron parte de Los Heraldos en la Facultad de Arquitectura y se unieron a Montoneros en 1973.
Con doce años, Verónica se opuso a abandonar su hogar cuando Lino Roqué, integrante de la Conducción Nacional, planteó la necesidad de sacar a los chicos de la casa frente al riesgo que significaba la militancia en esos tiempos. “Nosotros lo aceptamos -dice Ana María con la misma convicción clara y contundente de su hija- ya que siempre en nuestra construcción teníamos claro que lo que estábamos haciendo era para dejarles a nuestros hijos un mejor país”.
Para el año del golpe, vivían en Lanús Oeste en la calle Santiago del Estero al 3400, junto con José Slavin (Clemente). El 10 de septiembre de 1977, una patota del Ejército lo secuestró en la calle y lo llevó a la casa de Santiago del Estero. Pero, según explica Ana María, hacía 10 días que se habían mudado a Villa Tessei y gracias a la advertencia de los vecinos, lograron salvarse. “Alcanzamos a recoger efectos personales y salir. Los chicos fueron a casa de sus abuelos. Así comienza la persecución de la familia”, relata.
Los militares se apropiaron de ambas casas, “la de Lanús estaba a nombre de mi padre. Luego lo obligan a firmar la venta y en ella vivió durante unos diez años una familia de militares. Cuando la dejaron, ya en democracia, se llevaron puertas, ventanas, pisos. Después de un tiempo, los antiguos propietarios la volvieron a vender. La de Villa Tessei también pasó a manos de estos corruptos, acostumbrados a todo tipo de saqueos. No solamente mataron compañeros, se quedaron con nuestros hijos y también con nuestras casas. Junto con la casa se robaron fotos, juguetes de nuestros hijos, libros, herramientas y muebles hechos por Francisco, recuerdos… Sentimos que nos habían dejado sin pasado. En ese momento, ignoraba que era solo el comienzo de tantas pérdidas”.
La angustia de sentir que era una despedida
La situación en el país se ponía cada vez más difícil y también en el entorno familiar, como explica Ana María: “Los represores presionaron a nuestros padres para que nos entregaran. La casa de mis suegros fue varias veces allanada por militares armados. La primera vez se quedaron un par de días. Interrogaban a Mariano, de 4 años, con armas, preguntándole si eran las mismas que sus padres usaban. Estas presiones y el terror que estos militares ejercían sobre él y sus abuelos, le dejaron profundas secuelas psicológicas. Verónica se quedó los primeros días en casa de unos amigos, tenía 13 años, los abuelos prefirieron mantenerla lejos, temían que fuera interrogada y detenida. Luego, mi suegra consiguió el traslado de Vero a un colegio de Don Torcuato donde ellos vivían, estaba en 7º grado. Eso le permitió terminar la primaria”.
Hacia mediados de octubre de 1977, Francisco y Ana María lograron salir, vía Brasil, hacia México. En abril de 1978, su padre sacó a los chicos hasta Perú, pero debido a su nacionalidad chilena y a las situaciones diplomáticas entre esos países, no pudo continuar. Gervasio Guadix y Aixa Bonna siguieron con ellos hasta que se reencontraron.
Ávalos deja al tribunal una copia de la carta que ilusta esta nota Gustavo Molfino/El Diario del Juicio |
“Si bien México nos permitió el reencuentro familiar –recuerda Ana María- y vivir en buenas condiciones de seguridad, deseábamos volver a la Argentina. Sabíamos que nuestro lugar estaba acá. Verónica no fue ajena a estos sentimientos. Ansiaba volver a vivir en nuestro país”. En el '79, les pidió autorización para viajar a Madrid a un curso de formación política. Allí decidiría volver a Buenos Aires con un grupo de compañeros para la Contraofensiva Montonera. La decisión no fue fácil. En una carta que les envió desde Madrid, Verónica les explicaba la disyuntiva ante la que se enfrentaba y cómo prevaleció su convicción como militante, consciente del sacrificio que ello implicaba:
“Queridos papis y Mariano: (…) Hace unos días vino R. y estuvo hablando conmigo y me planteó dos situaciones, cada una más difícil de decidir. La primera sería volver con ustedes (al exterior) a militar y volver juntos dentro de algún tiempo al país, por sus tareas. La segunda volver a Argentina con otros compañeros (sin ustedes) para hacer tareas importantes y no verlos por algún tiempo y quizás recibir cartas cada dos o tres meses. Los dos planteos tienen cosas muy positivas y otras negativas. Primero porque yo no quiero separarme de ustedes tres, quiero ver a los abuelos (…) Por otra parte, quiero volver a la Argentina a combatir y así liberar al país de este gobierno reaccionario e imperialista. Pero las dos cosas no son posibles por cosas que están al tanto así que me tengo que decidir. (…) Ya tomé la decisión de volver a la Argentina sin ustedes, sin verlos por mucho tiempo (…)”.
La navidad del '79 y el año nuevo del '80 encontró a la familia reunida en una playa de México. “Los sentimientos se entrelazaban –rememora Ana María-. Por un lado, la emoción de tenerla; y, por otro lado, la angustia de sentir que era una despedida. Esto fue muy evidente los últimos días que pasamos juntos. La despedida fue un desgarro, un abrazo constante. Tengo acá sus últimas fotos con nosotros, con su padre, conmigo”. Antes de partir, Verónica dibujó el contorno del pie de su hermano Mariano. Tiempo después, les enviará otra carta escrita sobre el contorno del piecito que había tomado durante la despedida. Ana María se demora en su relato como si quisiera detener el tiempo en esa última vez que la tuvieron, la última vez que pudieron abrazarla.
Una madre busca a su hija. Las denuncias y las pruebas
En agosto de 1980, Ana María estaba en Brasil preparándose para volver a la Argentina cuando los compañeros la citaron. “Allí es donde me entero de la desaparición de Verónica. Mi primera reacción fue contactarme con mis familiares, con la esperanza de que hubiese ido a pedirles ayuda. Al comprobar que Verónica no había estado con ellos, comencé a denunciar su desaparición ante organismos internacionales. En ese momento estaba en México Theo C. Van Boven, director de la División de Derechos Humanos de Naciones Unidas. (Ahí) tomé conciencia de que mi hija había desaparecido. Y que estaba muy lejos de Argentina”.
Lo que siguió fue un largo periplo de denuncias y presentaciones de hábeas corpus. En paralelo a las acciones que realizaron tanto la familia en Argentina como ella desde el exterior, en México, la organización Montoneros le entregó una lista de los desaparecidos del año 1979 y 1980, y direcciones de familiares. “Inmediatamente les escribí a las familias para que iniciaran las denuncias en Argentina. Mientras tanto, con la ayuda del Movimiento Peronista Montonero, sacamos una solicitada en el diario Mexicano El día, con fecha 29 de septiembre de 1980. Incluimos, en esa solicitada, fotos y todos los datos que teníamos de los compañeros desaparecidos de esas fechas”.
El 25 de abril de 1981, el General Cristino Nicolaides, junto con el Coronel Cabrera Carranza, dio una conferencia prensa donde manifestó que efectivamente se produjo la detención de “un grupo de opositores al gobierno” durante 1980. “Es cuando precisamos que Verónica había desaparecido junto con otros 15 compañeros”. Y agrega: “A partir de las denuncias del caso Nicolaides, en la casa donde estaba viviendo en la ciudad de México, notamos la presencia de las llamadas ‘patotas argentinas’ que también operaban en el extranjero. Con la señora Delia Carnelli de Puiggrós pedimos protección al gobierno mexicano. En ese momento no sólo me ocupaba de las denuncias por la desaparición de Vero, también del cuidado de mi hijo Mariano de 7 años y de un nuevo embarazo de mi hijo Horacio. Por el riesgo que esto significaba, nos aconsejaron que durante un tiempo viviera en la casa de la familia Puiggrós y avisara cada vez que necesitara salir de la casa”.
Frente a la impunidad oficial de la que gozaba la dictadura, Ana María recibió la solidaridad internacional. “Pedí solidaridad a distintos organismos internacionales y personalidades de prestigio internacional que estuvieran dispuestos a acompañarme a la Argentina para presentar querella judicial. La solidaridad fue muy amplia y cuando faltaba la confirmación de muchas otras personalidades internacionales, me vi en la necesidad de anular el viaje por la iniciación de la guerra de Malvinas”.
Durante su declaración, Ana María también explicó que fue a través de un documento interno del Ejército (del 9 de mayo de 1980) que pudo saber con exactitud que “la desaparición de Verónica fue el día 27 de febrero de 1980, en la Estación de Once, en la terminal de Expreso Azul, junto a Lía Mariana Guangiroli y Julio César Genoud”. También allí se especifican las caídas de los otros compañeros que volvieron desde Madrid.
La caída de la estructura de Prensa
“Antes de hablar sobre mi vuelta a la Argentina quiero contar cuál era mi tarea en México -dice Ana María-. Pertenecía a la estructura de Prensa, encargados de la edición de Evita montonera, con compañeros muy queridos como Gervasio Guadix (Paco), Aixa Bona (Clara) y la responsable era Silvia Tolchinsky (Chela). A su compañero, Chufo Villarreal, lo matan en la año 1978. Éramos una gran familia. No solo compartíamos el trabajo, sino también una buena parte de nuestras vidas en ese exilio no elegido por nosotros.”
Los primeros meses de 1979, se sumaron a la estructura de prensa Nora Hilb y Daniel Cabezas, con su hija de muy pocos meses. Silvia, por otras tareas, dejó prensa y se hicieron cargo los compañeros Graciela Isabel Álvarez (Nina) y Alfredo Ángel Lires (Juan), como responsable.
Se decidió que el grupo de prensa, al que se sumaron Mirta Milobara de Lillio (Manzanita) y su compañero Miguel Ángel de Lillio (el Nariz), con sus dos hijos, continuara su tarea en Buenos Aires.
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En agosto de 1980 se produjo la caída de toda la estructura. Sin embargo, los medios falsearon la noticia, como explica Ana María: “ya en diciembre de 1980, fraguaron la muerte de Gervasio Guadix, en Paso de los Libres, argumentando que se tomó la ‘pastilla’, pero eso fue una información falsa, como muchas publicadas en esa época”. Ana María supo que se trataba de Guadix -aunque la noticia la publicaron con el nombre de Alberto Castillo-, porque él (Paco) le había secreteado su alias antes de despedirse en el aeropuerto de México.
Fueron secuestrados también en ese mes Aixa Bona, Daniel Cabezas y su compañera Nora Hilb, que son llevados a Campo de Mayo; Graciela Álvarez y su compañero Alfredo Angel Lires; Mirta Milobara de De Lillo y su compañero Miguel Ángel De Lillo; Liliana Inés Goldenberg (Ana o La pastito) y Eduardo Gonzalo Escabosa (Andrés).
Los Montoneros en la mira
A lo largo de su declaración, Ana María aporta datos sobre la coordinación que existía entre los gobiernos de Brasil y Argentina. “La delegación diplomática que cumplió funciones entre los años 1976 y l981, donde el embajador era Oscar Camilión, no solo controlaba pasaportes, visas, reportó paraderos, sino que siguió de cerca a los militantes Montoneros que llegaban a Brasil para seguir viaje a nuestro país y formar parte de la Contraofensiva. Las oficinas de Brasil, bajo la investidura diplomática, albergaron Grupos de Tareas. En diciembre de 1978 fue designado como agregado militar Jorge Ezequiel Suárez Nelson, quien había estado a cargo de la Central de Reunión del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército”, aporta a través de su exhaustiva investigación.
Según O Globo, la documentación encontrada confirma la coordinación represiva entre las dictaduras que apareció en la vivienda donde fue asesinado el coronel Paulo Malhaes, el primer militar brasilero que ratificó ante la Comisión de la Verdad los operativos realizados. Los papeles hallados en su casa contienen los nombres de unos 80 ciudadanos argentinos. Según los medios, habla de la captura de Horacio Campiglia, Mónica Pinus de Binstock, del periodista Norberto Habegger y admitió haber secuestrado a Julio César Genoud y Verónica Cabilla”.
La vuelta a Argentina
El 21 de junio, con la vuelta de la democracia, Ana María regresó a la Argentina acompañada de abogados y periodistas que habían asistido a un Congreso de Derechos Humanos en San Pablo, Brasil, y de su hijo más chico, Horacio. “Mariano ya estaba en Argentina, su abuela lo había ido a buscar para que empezara acá las clases”. El 5 de abril de 1985 presentó la desaparición de Verónica en la Conadep, con el número de legajo 986.
En un momento de mucha angustia, su hijo menor, Horacio, se acercó a abrazarla y a llorar con ella. Gustavo Molfino/El Diario del Juicio |
El archivo de Montoneros
En el año 1984 o 1985, Ana María viajó a México para investigar en el archivo de Montoneros más información sobre los compañeros que desaparecieron con Verónica. “Esta información luego nos permitió identificarlos en los documentos secretos del Ejército”, haciendo corresponder los alias con los verdaderos nombres.
En el archivo, además, “había una carta de Horacio García Pérez en la que hablaba de la emergencia que había tenido el grupo, la carta estaba fechada 27 de febrero de 1980. Preguntaba si paraba la entrada del resto de los compañeros a la Argentina. En ese momento estaban aún afuera, Jorge Benítez, también de 16 años, Ángel Servando Benítez, y el viaje de Horacio Campiglia y Mónica Pinus de Binstock. La instrucción recibida es que continuaran la entrada a la Argentina”.
La información recopilada por Ana María es muy valiosa ya que permitió a varios de los testigos que ya han declarado -y a los que lo harán en próximas audiencias- reconstruir la historia de sus seres queridos.
Lo dimos todo
Antes de finalizar, Ana María reflexiona: “Hubo una época en que nos considerábamos plenos en la vida, fueron los años de la militancia, donde respirábamos un proyecto común, de una Argentina libre y con justicia social. Las mejores personas que conocí fueron mis compañeros de entonces. Fuimos indudablemente una generación generosa por el concepto de solidaridad que teníamos y tratábamos de aplicar en la práctica. Fuimos valientes, decididos, cada uno de nosotros lo dimos todo. Algunos nos tuvimos que ir del país, pero apenas salíamos, tratábamos de buscar la forma de volver ya que nuestra lucha estaba acá, fuimos libres en las decisiones que tomábamos”.
Su declaración, ordenada y minuciosa, como si en cada denuncia recopilada a lo largo de estos años, en cada detalle de un testimonio, de una foto, de una carta, latiera la vida de Verónica, está casi por terminar después de más de dos horas de exposición. Lo que continúa es aquella promesa tácita entre madre e hija, la que se suscitó al calor de los versos de Benedetti en la que Verónica le aseguraba a Ana María que podía contar con ella.
Hoy, como cada día, su madre sigue respondiéndole, no solo con palabras sino con hechos: “Hija querida, vos también podés contar conmigo. Jamás dejaré de buscarte”.
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com
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